miércoles, 23 de mayo de 2012

Se uma janela se abrisse ("Si una ventana se abriese") **

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Autor y dirección: Tiago Rodrígues.
Intérpretes: Cláudia Galiola, Paula Diogo, Tiago Rodrigues, 
Tónan Quito, Alexandre “Talhihnas”.
Escenografía, vestuario e iluminación: Madna Bizarro.
Vídeo: Bruno Canas, Tiago Rodrigues.
Teatro: Cuarta Pared.
(Festival de Otoño en Primavera, Madrid)
(18.5.2012)
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Fotos de Magda Bizarro

¿No se espera ya de nada?

Esta ventana alude, fundamentalmente, a una gran pantalla con el telediario de la televisión –tomada, sobre todo, de Televisión Nacional portuguesa-, cuyos reportajes se refieren a la realidad, sobre todo, en manos de periodistas muy discutibles. (Para quienes podemos ver esta ventana en la ciudad de Madrid, es la definición de la visión de la mentira,  del poder y de la falsedad que soportan y asumen los esclavos o periodistas. El autor de esta obra, crítica y dramáticamente hermosa, se queda casi corto).
    Tiago Rodrigues –autor, también director y uno de los actores- ha querido, y conseguido, un drama humorístico: entra las continuas carcajadas, bien sabemos que, en el fondo, es la acusación y la conciencia de la realidad. Van pasando por la pantalla realidades y sus visiones de acontecimientos, tales como el accidente en el aeropuerto de Faro, que provocó una especie de Babelia en la que el caos impedía saber a dónde se dirigían; una celebración religiosamente  ostentosa, la reportera enfrentándose ante la cámara con una abundante estupidez. Es la incomprensión o la imposibilidad.
Los diferentes reportajes y las entrevistas con dirigentes políticos, los vemos y escuchamos con los textos en doblaje simultáneo de los actores –magníficos-, que irán centrándose en la incomprensión, la ignorancia, o la justificación “sobre la nueva visión”: son igual ministros o gobernantes. Cuánta indignación, mezclada con el sentido humorístico, muestra esta atrevida obra. Escuchamos a estos tipos que coinciden en el “No sabemos la nueva vía”, o la ya grotesca “Crisis verbal”. Son ellos quienes levantan este consciente montaje. Un juego lingüístico, entre la realidad y lo inverosímil, como hizo Raymond Queneau en su Ejercicios de estilo, con la diferencia del autor francés: allí era la polisemia, el dominio semántico o la heteronimia, que fue uno de los geniales procedimientos literarios.
Frente al desconcierto, perdidos, o yendo  hacia adelante o hacia atrás. Aparte de las imágenes reales, se proyecta una autopista en la que los vehículos se  mueven de espaldas, avanzan de nuevo, y repiten su marcha; una eficaz idea de esta compañía portuguesa. Todo es un disparate intrigante y seductor, que bien recuerda los relatos del irrepetible Julio Cortázar.
  ¿Cómo terminará esta vision? Será el silencio. El presentador de noticias no tiene nada que decir. El espectáculo deja desconcertado al público; sin palabras, sin nada que decir durante la prolongada pausa del presentador del telediario ante la cámara.
    Los intérpretes abandonarán el escenario, y allí permanecerá quien ha estado manejando la mesa de audiovisuales. Irá tocando una guitarra eléctrica, atacando con sonidos rompedores y, acompañado por grabaciones, la música, enérgica y fantasmal de Pink Floyd en la Caída del Muro. El músico también se marchó: sobre la pantalla, únicamente se podía leer, durante largo tiempo, una breve y sencilla frase: “¿Ya acabó?”. Fue el mensaje final.
Enrique Centeno

jueves, 10 de mayo de 2012

El Inspector ****

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Autor: Nikolái Gógol.
Versión de Miguel del Arco.
Intérpretes: Fernando Albizu, Jorge Calvo, Manolo Caro,
Gonzalo de Castro, Pilar Castro, Javier Lara, Juan Antonio
Lumbreras, Raúl Márquez, José Luis Márquez, Chiaki
Mawatari, Patxi Pascual, Ángel Ruiz, Macarena Sanz,
Manuel Solo, José Luis Torrijo.
Escenografía: Eduardo Moreno.
Vestuario: Beatriz San Juan.
Iluminación: Juanjo Llorens.
Música: Arnau Vilà.
Dirección: Miguel del Arco.
Teatro: Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional).
(4.5.2012)
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Fotos de Daniel Ruano
Los ladrones de hoy

Antes de comenzar las conversaciones, irán llegando los invitados a la recepción del Alcalde. Impecables fracs y vestidos, acuden desde el patio de butacas, saludando cordialmente a los más cercanos espectadores: es como una pasarela  de alfombra donde nos hemos acercado por curiosidad, cotilleo o admiración de la riqueza política. Porque allí van recibiendo el regidor y su esposa, al Juez, a los ministros, el Jefe de Policía, concejales, banqueros o empresarios de este pueblo. Ya entre las copas, con felices encuentros y cínicos saludos, anuncia el Alcalde  (Antoevich Svosniar-Dmujanovski, nombre del original, y que en castellano podría ser igual a Manuel o Mariano; juraríamos que no escuchamos ningún nombre ruso, y se utilizan sus cargos exceptuando a Ana, la esposa, a la hija, María, y a la criada “Oli”: lo hace el actor José Luis Torrijo, que se duplica en el Jefe de Policía y nos desternillamos) cuál es el verdadero motivo de la cita: “Los hemos reunido aquí, señores, para comunicarles una noticia desagradable. Nos ha sido enviado un inspector” (más o menos).
Será nece- sario orga- nizar el agasajo a este pode- roso envia- do cuya noticia causará el pánico, la ambición por alcanzar puestos y beneficios económicos. Lo peor es que saben también que llegará incógnito. ¿Quién será este esperado Inspector?. ¿Tal vez la portavoz o el Presidente del partido de la Comunidad o la Región a la que pertenece aquel dominado lugar?. Todos a investigar. Puede mirarse en el  programa de mano qué actor lo interpretará en este formidable reparto.
    La versión de Miguel del Arco es casi lógica. Conocido como actor y autor de algunos textos –El manual de la buena esposa, en cartel- se ha convertido en un excelente director. Nikolái Gógol (1809-1852) escribió El inspector (1936) mirando alrededor del la podrida sociedad; estas cosas indignaron entonces a la burguesía rusa. Es ese realismo, cruel, irónico, satírico y malvado. El propio testimonio –nada simbólico- que igual sigue sucediendo, y que hoy el  azogue de los espejos son las propias imágenes que cada día vemos en sus fotografías.
    Nuestro divertido comediante Carlos Arniches lo imitó en Los caciques, también con ese  misterioso Inspector –tampoco a muchos les hizo ninguna gracia que el público lo viera entre carcajadas-, que se hizo en 1962 bajo la censura franquista. Hoy no hay censura, y por eso es la realidad que vemos a diario. El montaje de esta obra se ve hoy igual que lo escribió Gógol.
Asoma aquí el humor de Jardiel Poncela y, aparte de la dirección, hay un equi- po de intér- 
pretes fan- tásticos.
Dos alturas –la segunda planta oculta en su per- fecto decorado- por cuya es- calera bajará y actuará la elegante y hortera esposa –Eva, o Cristina debería llamarse- que borda Pilar Castro, y su hija –que también lo clava Macarena Sanz- disfrazada de Fallera Mayor de Valencia.
    Es un avispero donde se enredan los personajes en una verbena podrida. El Alcalde en manos de Gonzalo de Castro; bien justificado, en estos momentos, el concejal de Sanidad -aunque no se le atribuye el cierre de ambulatorios-, interpretado perfectamente por Ángel Ruiz, que se triplica sin parar;  Juan Antonio Lumbreras, estupendo, y que crea a ese pícaro y desconcertado Iván, una especie de Crispín –Los intereses creados-. Y es que hay aquí, en el juego de la farsa,  un coro de actores formidables: Javier Lara se convierte igual en concejal de Urbanismo –el que concede tierras para montar los ladrillos-; ese Juez corrupto es Fernando Albiz, también como negociante; igual de perfecto  interpreta Manolo Caro al Jefe de Correo, divertidísimo. Aquí, todos los actores pueden aparecer de mujer en una lección completa, como Jorge Calvo o Manuel Solo,  Consejero de Educación y Cultura –cuando este personaje esta ausente del escenario no sabemos si está firmando el tijeretazo a la enseñanza pública-. Los tres músicos apoyan los felices bailes  y el ambiente y queda, en conjunto, en espectáculo útil y sensacional.
Enrique Centeno

lunes, 7 de mayo de 2012

Entremeses barrocos **

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Autores: Calderón de la Barca, Bernardo de Quirós, Agustín Moreto.
Versión de Luis García-Araus
Intérpretes: Francesco Carril, Héctor Carballo, Mon Ceballos, Carlos Jiménez-Alfaro, 
Mamen Camacho, Julián Ortega, Paloma Sánchez de Andrés, Eva Trancón, Jesús 
Hierónides, Fernando Sendino, Jesús Calvo, José Vicente Ramón, Rebeca Hernández, 
Ángel Ramón Jiménez, Íñigo Rodríguez-Claro, Roni Misó, Víctor Rubio, Ángel Galán, 
Sergey Saprychev, Dolores Navarro.
Música: Ángel Galán (piano), Sangey Prychef (percusión), Dolores Navarro (clarinete), 
Héctor Garoz (fagot).
Escenografía: José Luis Raimind.
Vestuario: Luis García-Araus.
Iluminación: Pedro Yagüe.
Dirección: Pilar Valencia, Elisa Marina, Aitana Galán, Héctor de Saz.
Teatro: Pavón (Compañía Nacional de Teatro Clásico).
(3.5.2012)
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Todo es la plástica

Reúne y enlaza este espectáculo ocho piezas (Mojiganga de los informes de amor, Entresijo Primero, Entresijo Segundo, Entresijo Tercero, El toreador, Los degollados, de Calderón de la Barca; El muerto Eurasia y Tronera, de Bernardo de Quirós; El cortacaras, de Agustin Morata) de entremeses, jácaras o pasos. Introducciones de textos y bailes, músicas y la búsqueda de la verdadera diversión. Poco se acercan aquí al costumbrismo o farsas atacadoras hacia el propio mundo del Siglo de Oro (arrancó antes Lope de Rueda en sus Pasos, y con genio, sin duda, son los de Cervantes). No hay que pensar en la vaciedad de esta puesta en escena, lo cierto es que el escenario de la  Compañía Nacional de Teatro Clásico se ha convertido en una fiesta. 
    Entre piratas y piruetas, son ridiculeces que apenas consiguen el propósito de burlar la injusticia y la falsedad. Lo que menos importa es resolver  la dificultad de los textos, sino más bien ordenar una rueda de circo en la que se mezcla la zarzuela buffa, los disfraces atractivos, o  la magnífica compañía dedicada a acciones, saltos, piruetas o músicas de aquí o de allá: incluso utilizan a uno de los personajes que ocupará  la escena con una maltocada guitarra eléctrica. Es imposible averiguar a dónde lleva esta representación. Lo quieran o no, el resultado es de una continua jácara. Hay algún momento en que los personajes dan saltos, o caminan adelante o atrás en coreografías disparatadas -aquí no hay sociedad alguna-, gritos y carreras por los pasillos. Puntualmente se conserva el interés textual, con diálogos que, en general, poco se entienden en su vocalización y la valoración de los versos. Lo que importa es la carcajada.
El arranque de este montaje hace entu- siasmarnos con la pre- sentación bri- llante, formi- dablemente realizada por los cuatro directores. Lo será durante sus dos fatigo- sas horas y esperaremos lo que ocurrirá después. El resultado es la bufonada y el descuidado contenido de los textos. El procedimiento va descendiendo: ya hemos admirado la forma física, su acrobacia contorsionista o los malabarismos entre payasos que hablan demasiado. Es todo un circo sin que apenas nos importe lo que cuentan. 
    Cómo no admirar y respetar a un enorme elenco, muchos de ellos conocidos y admirados, pero siempre víctimas de la mala dirección de actores. Una larga lista podría confirmarlo.
    Merecen la admiración. No sabemos dónde están aquellos Pasos y Entremeses, crueles a veces en el desgarrado ataque de sus autores. Al final, el público del estreno los despide  con entusiasmo por el  lucimiento  de esta función. Se sale del teatro con la reflexión vacía y el desconocimiento del testimonio social de este original barroco. 
Enrique Centeno