Autores: Hamilton Deanne y Jhon L. Balderston.
Sobre la obra de Bram Stoker.
Versión de Jorge de Juan García.
Traducción de Pilar Lerma.
Traducción de Pilar Lerma.
Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba, Ramón Langa, Martiño Rivas,
María Ruiz, Amparo Climent, Cesar Sánchez, Mario Zorrilla.
María Ruiz, Amparo Climent, Cesar Sánchez, Mario Zorrilla.
Vestuario: Yiyi Gutz.
Escenografía: Carmen Castañón.
Iluminación: Gustavo Pérez Cruz.Dirección: Eduardo Bazo y Jorge de Juan.
Teatro: Marquina. (13.1.2012)
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Casi con miedo
La adaptación teatral de la novela Drácula, no la llegó a conocer su autor, Bram Stoker (1847-19129), pero su personaje alcanzó ya la admiración y la mitología de aquel vampiro. De la dramaturgia de Hamilton Deane y Jhon L. Balderston, pasó después al cine en continuos rodajes, unos de gran calidad y otros más decadentes; no de horror, sino horrorosos.
El texto que ahora se representa pertenece a los dos dramaturgos citados, y se une la versión de Jorge de Juan. No figura su creador Stoker. El montaje se acerca con fidelidad a una parte del original. El tema de Drácula en nuestro teatro ha inspirado a diversos autores españoles; tal es el caso de Francisco Nieva con su Nosferatu (Aquelarre), -personaje que denominó el autor Murau, en su verdadera imitación, muy cercana al plagio, y que produjo no pocos problemas con los derechos de autor-, obra maestra que se estrenó con enorme calidad (1993) en el desaparecido Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas.
Podemos recordar algún estupendo montaje, como la fantasía en muñecos -Vampyria, para adultos-, creación de la compañía Corsarios, o la visión de la compañía Teatro de Danza. Mejor será no citar el último, de hace un año, en la inutilidad que se hizo en el Centro Dramático Nacional. Quizá estos datos no tengan demasiado interés, aunque lo hayamos recordado.
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Algunos efectos de los juegos de magia, sonidos preocupantes y una cierta iluminación. Lo mejor de todo es la admirable escenografía de Carmen Castañón. Ese acogedor salón del doctor lo forman dos alturas comunicadas por una escalera de caracol que permite subir al pasillo de las librerías, y alguna puerta oculta cuya salida no sabemos si conduce al manicomio o a un escondite. El altísimo decorado forma ventanales góticos acristalados. Deben agradecerlo los actores, esta riqueza para adaptarse y enriquecer sus personajes; aunque ya sabemos qué talento hay en el reparto. Quienes organizan la puesta en escena, Eduardo Bazo y De Juan, utilizan con inteligencia los textos, ritmos de voz y movimientos que forman momentos plásticamente efectivos. Son, por partes, una suma de siniestra diversión, y así nos lo garantiza el público en sus cálidos y numerosos aplausos en la función de un día fuera del estreno.
Enrique Centeno
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