Autores:
Norberto di Giorno y Miguel Molina.
Intérpretes:
Norberto di Giorno, Lola de Cea (piano).
Dirección:
Miguel de Molina.
Teatro:
Alfil. (10.5.2000)
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Cada uno en su sitio
Norberto di Giorno, travestido como Psicosis Gonsáles |
El cabaret español
fue siempre para señoritos, muy especialmente el que se hizo en el último medio
siglo; señoritos que iban a ver de madrugada a las señoritas, que ofrecían encantos físicos, prohibidos para el
resto de los mortales. En aquel negro contexto social es cuando se inicia el travestismo
como espectáculo: para señoritos homosexuales, para juerguistas de adictos al
régimen. Un ambiente que retrató muy bien nuestro autor Rodríguez Méndez en
su inolvidable Flor de otoño. El género del travestismo se popularizó un poco más
tarde: el Plata de Zaragoza o el templo que fue El Molino barcelonés. Y hubo
grandes artistas de un género que admite casi de todo. El más venerado fue,
quizá Paco España, por su audacia, por ser el primero que no actuaba para
babosos, sino para mentes normales; el gran Ochoa aportó su inteligencia; Fama
–Fernando Telletxea- sus portentosas cualidades vocales. Ninguno de estos
fenómenos, o similares, parecen ser ya del gusto del público, aunque han
escrito páginas del mejor teatro de cabaret.
Psicosis Gonsáles
se diferencia de todos ellos en varias cosas. La principal es que su actuación
parece pertenecer a la caspa y la baba de un tiempo, afortunadamente perdido,
en el que el aspecto artístico no importaba, y sí la iconografía transexual que,
en sí misma, se puede hoy obtener en una tienda de disfraces, que ni
es subversiva ni sorprendente. De modo que habrá que ver qué es lo que este/a
artista nos ofrece desde el escenario aparte de sus flecos y sus medias de
rejilla. Canta mal, muy mal; sus guiones –que además se los escriben- son
viejos, tópicos, vulgares, con pretensiones de transgredir, pero inocentes como
un cuento infantil. Su supuesta comunicabilidad con el público consiste en
zafias provocaciones, violentas invitaciones a la intervención, insultos
impertinentes a quien se le antoja, y un absoluto desdén hacia todo lo que no
sea ese tonto cuerpo, y ese lenguaje de furcia que es lo que alimenta el penoso
espectáculo. Y va desgranando ordinarieces sin ingenio, esta “psicótica”
Gonsáles con la misma patosería que el
borrachín a los postres de una boda hortera. En casi una hora no conseguimos
adivinar dónde estaba el arte de este presunto artista, cuyo sitio no sé si
podría encontrarse en aquellos cabarets clandestinos de posguerra para
señoritos y chulos, pero que desde luego no era el escenario de un teatro. Por
eso, como otros vecinos de butaca hicieron, aprovechamos uno de los oscuros
para huir hacia la salida: se estaba mejor fuera.
Erique Centeno
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