Autor: Ignacio Amestoy.
Intérpretes: Juan Calot,
Olalla Escribano.
Escenografía: David de
Loaysa.
Iluminación: Pedro Yagüe.
Dirección: Mariano de Paco Serrano.
Teatro: La Abadía.
(30.5.2012)
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Fotos de David de Loaysa |
Batalla de dos
Hace unos años, Ignacio
Amestoy aparcó –o abandonó- sus dramas y tragedias sobre nuestra propia historia, especialmente del País Vasco
en el que nació. Arriesgados y comprometidos títulos –lo contamos para quien le interese, aunque ya está en los diccionarios- como Ederra; Doña Elvira, una imagen de Euskadi; Durango, un sueño, 1439;
Betuzo, “toro rojo”; o Pasionaria.
¡No pasará!. Son hoy ya sus tristes y melodramáticas comedias. Solo grandes
comediógrafos son capaces de enfrentar a dos
únicos personajes. Será preciso dominar el teatro textual, en diálogos,
y Amestoy lo hace, como demostró en
títulos anteriores –incluso en monólogos, con el inolvidable Yo fui actor cuando Franco-, tal como la
estupenda Cierra bien la puerta
(20.12. 2000, v. blog). Con Alemania, se le concedió el año pasado
el Premio Ciudad de Palencia.
La aún joven Marta -33
años-, regresó de Alemania -país natal- y aquí se formó como excelente
arquitecta: ganó el concurso oficial para la construcción de una pérgola. Un sueño. En el momento que aparece
en escena, parece montada en la caballería, escupiendo la desilusión y la desolación: el campo de batalla es la casa del cincuentón Vicente Villalonga, director de
su Estudio de Arquitectura VV, donde trabajaba. Y aquí está la manipulación, firmando la empresa el entusiasta diseño de la muchacha. ¿Qué encuentro va a producirse?
Con la mentira de Vicente
sobre la víctima Marta, el autor quiere
mostrar el enfrentamiento de dos generaciones, y será ella quien terminará
regresando a Alemania, en un momento en el que acudirá también por el fallecimiento
de su abuelo, -quien allí vivió desde su emigración de la España del hambre-. No
sabemos. En el escenario la conocemos como un gato de uñas y maullidos. Grita,
chilla, insulta, desprecia con interminables voces sin parar. El corrupto
Vicente no puede apenas intervenir para justificarse o trampear sus delitos. Para
apreciar el texto, conviene que vayamos, nosotros mismos, frenando los ritmos y
voces, para unirnos a su inteligencia y
rebeldía. Comienza con dispararos, pasa a la metralleta, arroja bombas
de mano, y llega hasta el lanzamiento nuclear. No hay pausas, miradas,
pensamientos, diálogos de preguntas o de enfrentamiento dialéctico. Al punto
casi de la histeria o la estrangulación. El tramposo Vicente solo puede
manifestar algunas frases de tonos hábiles en sus mentiras o búsquedas –trucos-
para intentar defenderse con un casco de hierro. Es él un despreciable, pero la
arquitecta ha mantenido –hasta hoy- su relación sentimental con el adúltero. Le
acusa de sus conocidos abusos
de las jóvenes becarias, y la útil prostitución política de su esposa. Todo
lo sabía Marta, y, sin embargo, es ahora, ante el robo de su diseño, cuando
vemos que,
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Juan Calot |
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Olalla Escribano |
en realidad, ella misma estaba aprovechándose de este VV. ¿Dónde
está este enfrentamiento generacional? ¿El corrupto o la trepadora?. Ella afirma que desprecia todo lo que veía –no se mira en el espejo a sí misma-, y dice
Amestoy que su obra muestra la imposibilidad de los jóvenes. Recogerá sus
trapos en la pequeña maleta y hará su mutis. Y aquí se quedará el inmoral
catedrático y arquitecto, degenerado, ladrón de guante blanco de despacho; cómo bien los conocemos. En los últimos minutos podremos ver, en su discurso y confesión de sus estafas morales, el cinismo de un destructor.
Pero están aquí las escenas más teatrales de la función: ya hundido, relatará en su estilo, sus simbólica violencia en una historia de fantasía literaria. En su
monólogo final, en su soledad, aparece el talento del actor Juan Calot. Olalla Escribano no puede bajar nunca la
quinta velocidad: ¿quién puede salvar a Marta?. Como afirmábamos, es preciso
dominar el teatro textual; y puede dar vida al escenario un gran director de
actores; en caso contrario, hundirá el montaje. Y es aquí lo que le ocurre.
Enrique Centeno
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