domingo, 10 de julio de 2011

El chico de la última fila **

_____________________________________ Autor: Juan Mayorga.
Intérpretes: Miguel Lago Casal, Olaia Pazos,
Samuel Viyuela, Sergi Marzá, Rodrigo Sáenz de Heredia,
Natalia Braceli.
Vestuario: Israel Muñoz y Víctor Velasco.
Dirección: Víctor Velasco.
Teatro: Cuarte Pared. (7.7.2011)
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Este chico forma parte del censo de una clase de enseñanza media. No vemos el aula, y Juan Mayorga -que las conoce bien- ha elegido a Claudio, aparentemente oculto en la última fila, como alumno que enseguida llama la atención del profesor de Lengua y Literatura. Germán está ya decepcionado, agotado y desesperado ante el desinterés e inutilidad de sus alumnos. Y entre ellos, el autor retrata a uno de los numerosos alumnos vivientes y frecuentes: es Rafa; soberbio, engañador, cuyo abuso llegará incluso a la violencia.
    Leyendo Germán las breves y vacías redacciones que encargó a los alumnos, encuentra unas líneas de Claudio, que le provocan acercarse hacia él. Desde la primera cita en el Centro, surgen desconfianzas: el maestro domina la enseñanza, pero el discípulo va mostrando sus contradicciones y la crítica hacia las leyes tradicionales. Hay tensiones, discusiones y choques. Por diferentes motivos, no admiten ni confiesan que son casi las únicas conversaciones de interés. El muchacho encuentra en ello un sentido de comunicación, y al profesor se le renueva el interés por la enseñanza, un trabajo en el que se siente frustrado ante la inútil generación de estudiantes. En la escena inicial, le conocemos mientras corrige las vagas redacciones de los alumnos, en voz alta, junto a su mujer: Juana se dedica al arte y es un personaje que se ha creado en la obra sin ningún interés más que servir de una especie de Pepito Grillo para provocar sus frases.
    Claudio va ayudando a su compañero Rafa, inocentemente, pero le intriga conocer a los padres de este sujeto: quiénes y cómo podrían ser. Y los puede ver en aquella casa. Son los virus que se extienden en las aulas. La madre, presuntuosa, vacía y estúpida incansable, y su marido Rafael, orgulloso exhibicionista de su situación laboral, al que le entusiasma agarrarse al sillón, junto al hijo, entre gritos y extravagantes saltos ante el televisor que trasmite el partido del día. Ya comprendemos de dónde proceden y quiénes ayudan a los Rafas. En esta familia, la ausencia de comunicación hace mencionar a Claudio –es un regalo que le hace el autor- el teatro del absurdo. Nosotros, personalmente, pensamos que son, en realidad, depredadores sociales.
(Fotos de Julio Castro Jiménez)
     Mayorga escribió esta obra hace ya algunos años, con sus redondos y perfectos diálogos. Pero hay que saber hacerlo en el escenario. Los cambios de lugar del aula a la casa, la biblioteca,  o la calle, se distribuyen en este montaje -con torpes iluminaciones- alrededor de una gran mesa, o subiendo sobre ella como a un palomar un pupitre  con sillas –no se entiende bien-, donde prepara los exámenes Rafa con la ayuda de Claudio. También hay que saber dirigir a los actores, hay que hacerlos llegar a los personajes. En este reparto, todos hacen un cuidado trabajo, sin duda con esfuerzo, pero no conseguimos conocer a los personajes porque aquí son imitaciones. Velocidades continuas que impiden crear, sino comunicar los textos. El profesor siempre enfadado en gestos idénticos, Claudio como un radiofonista que le sirve igual para romper la cuarta pared contándoselo al público, como en la representación de las escenas. Aquí no hay pausas, reflexiones, y resulta así imposible introducir al actor dentro del personaje. Es cierto que en escasos momentos queremos adivinar cómo son en este realismo Germán, Claudio –Samuel Viyuela es quien más se acerca- o Rafa. Es posible que al director, Víctor Velasco, le diera miedo prolongar demasiado la función –aquí, una hora y media- sin apreciar que son los personajes más interesantes que los discursos de sus palabras. Qué difícil es dirigir a los actores.
Enrique Centeno

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