Autor: José Mª Rodríguez Méndez.
Versión de Mª José García.
Intérpretes: Ana Frau, Trinidad Iglesias, Fele Martínez, Jeannine
Maestre, Carnen Belloch, Juan Calot, Ángel Morós, Vicente Díez,
Cesáreo, Estébanez, Paco Maestre, Sergio Castelar, Pedro Almagro y otros.
Escenografía: Cecilia Hernández, Natalia de la Torre.
Vestuario: Rafael Garrigós.
Iluminación: Mario Gas, Paco Ariza.
Dirección: Ignacio García.
Teatro: María Guerrero (CDN). (22.9.2005)
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Es en su último otoño cuando podemos ver una de las formidables obras de José María Rodríguez Méndez, autor esperado en los teatros desde el inicio del movimiento realista. Lo vemos escasamente y con la memoria de Los inocentes de la Moncloa, aquel drama (1961) que sería asombroso de reponer en nuestro ambiente –se montaba por los teatros universitarios-; o el espectáculo de Bodas que fueron famosas de Pingajo y la Fandanga, ya estrenado en 1978 por el Centro Dramático Nacional y dirigida por José Luis Gómez.
Rodríguez Méndez (1925) [2009] examina continuamente la situación de nuestro teatro y la crítica cultural. Su primer ensayo fue explosivo hace ya años en la edición de La cultura teatral en España (Laia, 1974), en la que nadie se salvó. Hace menos tiempo, en un artículo, Amar a la escena –una sincera calificación- escribió: “Cuando la sociedad está desarraigada de la historia y de la cultura propia del país no puede esperarse ni amor ni respeto por esa cultura. Y eso es lo que está pasando. Aquí no se ama lo propio porque no gusta y se está mimetizando torpemente –porque mimetizar con talento es algo estimable, al menos- lo que nos viene de fuera o lo que simplemente está de moda. De ahí la beatería cultural por autores” (Diario 16, 1992). Son recuerdos y citas ante esta función de Flor de Otoño, tras un largo silencio hacia nuestro autor, a pesar de que dos años después del texto citado se le concedió -1994- el Premio Nacional de Literatura Dramática.
En este Flor de Otoño aparece la alta burguesía, el fascismo y la policía, en la ciudad de Barcelona, una más que favoreció la sublevación militar para la Guerra Civil. Aquel personaje, Lluiset, une en su propio triángulo la abogacía, el travestismo nocturno y el anarquismo. Detenido, es torturado y finalmente ejecutado en esta tragedia, en la que Rodríguez Méndez utiliza eficazmente el sentido irónico y jocoso. Se puso en escena hace dos décadas, en Valencia, al parecer con escasa calidad. Se había hecho también en el cine –Un hombre llamado “Flor de Oroño”, de Pedro Olea- con gran éxito. Y ahora se recupera en el Centro Dramático Nacional, en el teatro María Guerrero, con la versión de Mª José García. Un montaje con riqueza escenográfíca, donde los personajes aparecen pobremente dirigidos, y una frialdad dramática en el entremezclado protagonista desvanecido. Hay momentos en los que consiguen los actores cierta tensión, pero entre proyecciones cinematográficas que entibian las escenas. Quizá, excepto en la última escena, donde la Madre, gracias a la actriz Jeannine Maestre, logra el gran momento en el que comprender y aceptar las dedicaciones de aquel fusilado.
Enrique Centeno
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