miércoles, 19 de mayo de 2010

11 and 12

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Autor: Amadou Hampaté Bâ, obra adaptada al teatro
por Narie-Hélène Estienne.
Intérpretes: Antonio Gil Martínez, Makram J. Khoury, Tunji Lucas,
Jared McNeill, Knalifa Natour, Abdou Ouologuem, Maximilien Seweryn.
Música: Toshi Rsuchitori.
Vestuario: Hélêne Patarot.
Dirección: Peter Book.
Teatro: El Matadero (Naves del Español).
(14.5.2010)
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A las otras orillas de su sociedad, nos lleva Peter Brook (Londres,1926) de nuevo. Es inevitable recordar su viaje de nueve horas durante el espectáculo Maharama que, quienes lo veíamos –con dos intermedios-, hace unos veinticinco años, podíamos desear que continuara otras tantas. Pero a este 11 y 12 le es suficiente una hora y media sobre consejos y reflexiones religiosas. Junto al violento enfrentamiento de los musulmanes contra la visión filosófica de los sufíes, la oración obligada del apartado 11 del Corán sobre la “guerra santa” y la elección del texto 12 acerca del pacifismo, del “no matar”. Fueron estos dos números los que causaron miles de muertos en ataques asesinos.
La adaptación teatral de la obra Tierno Bokar, de Amadou Hampaté Bâ (Malí, 1900, Costa de Marfil, 1990), es una especie de cuento sentimental, temporal, que va introduciendo lentamente, entre pausas, varios de los relatos. Son sus prólogos una parte de las voces poéticas, con una ternura que enamora al público. Lo mismo produce el viejo sabio al que acuden los discípulos, para escuchar sus conocimientos e historias. Son versos o dichos tradicionales antiguos, anónimos ágrafos que hoy ya podemos leer. No eran ni Alá ni Yihad, no eran rosarios para contar sus plegarias. Eran verdaderamente intensos aquellos versos, A Dios las gracias le damos, o la inteligente ironía, El huevo que nadie puede atar, hasta el canto de maldición, Si me hiciste a mí, ¡maldita sea!. Líneas que hemos leido en Poesía Anónima africana (Miguel Castellote, 1971). En ellos no encontramos la orden del Señor de que la mujer no debe rezar en voz alta, ni acudir a la mezquita, ni sentarse al aire libre o caminar, siempre con la cabeza cubierta, detrás de la misma altura de su hombre. En este sentido, la obra teatral de Peter Brook limita ese enfrentamiento entre el 11 y el 12.

    Un rojo tapiz, cuadrado, es el espacio de todas las escenas, apenas con un leve decorado de árboles. No necesita más este genial director, este creador, defensor y maestro de la escena vacía. Los numerosos personajes los interpretan un total de siete actores –no hay ninguna actriz- de diferentes países, en lengua inglesa, y todos ellos con músicas, voces y suaves sonidos continuos de un estupendo músico japonés, de leves movimientos –con pequeñas excepciones- que atrae -más que otra cosa-, la perfecta dirección en el ritmo, los juegos y las admirables entonaciones.
    Durante ese tradicional enfrentamiento aparecerá también la ocupación de Francia, colonización -en este caso en Malí- con su habitual superioridad y desprecio. Es una escena a la que siguen el testimonio y el rechazo de aquellos oficiales, acusando al general de Gaulle. Finalmente, la presencia en Europa de los inmigrantes les hace ir cambiando su propio mundo. Es un buen espectáculo.
Enrique Centeno

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