martes, 13 de enero de 2009

Luces de bohemia *

Todo el teatro de Valle-Inclán es un desafío frente a los textos de su mundo del realismo fantástico; crítico y rebelde. Montar cualquiera de sus títulos precisa de mucha inteligencia: sabiduría de los directores para actores, la escenografía, la ambientación y las voces para sus diálogos, incluidas sus acotaciones. Con este definitivo Luces de bohemia (1924), Valle había creado el Esperpento en su conocida escena XII:

                 DON LATINO.- ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara!
                 MAX.- ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré 
                 en una novela!
                 DON LATINO.- Una tragedia, Max.
                 MAX.- La tragedia nuestra no es tragedia.
                DON LATINO.- ¡Pues algo será!
                MAX.- Es Esperpento.
Esta escena se desarrolla en un rincón de la calle Corredera, frente a la Iglesia (San Andrés). La compañía Teatro del Temple (Zaragoza) no tiene la esquina, la pared ni el gélido amanecer. Ha construido cuatro paneles verticales, decorados con cuadrados metálicos, que hacen girar sobre sus ruedas. Antes de la primera escena, han creado un falso texto y movimientos en los que se finge iniciar un ensayo de la obra. Se justifica así la carencia de escenografía, vestuario, y los ocho intérpretes que representan los cincuenta personajes de Valle. Esta propuesta se pone en marcha y así llega hasta el final. Incluso uno de ellos saluda y despide al público, no sé por qué, si era un ensayo. Se omite localizar los diferentes lugares de los quince del viaje bohemio por la ciudad de Madrid. Es asombroso el atrevimiento al esperpento de esta respetada compañía, justificándose la desnudez. Resulta imposible conocer las estaciones del camino. El calabozo del anarquista, el jardín nocturno con las dos prostitutas, o este cementerio con el solitario entierro, la llegada del modernista Rubén Darío y el estrafalario Marqués de Bradomín, hijo de las obras de Valle-Inclán. Carecen del contraluz, las pinturas esperpénticas entre la bruma de la tragedia. El gallego pensaba, sin duda, inspirado en el escritor maldito de Sawa.
El barbado y manco Ramón de Valle-Incán tenía ya 65 años cuando anunció: “Yo no escribo ni escribiré nunca para el teatro”. No lo cumplió, afortunadamente. El nuevo teatro ha superado el mal arte de las representaciones.
MaxEstrella- es un ciego y un poeta bohemio. Sus ojos muertos y su bastón se apoyan en Don Latino –de Hispalis-, un aspirante, un buitre aprendiz. El director no puede superar este atrevimiento: su Max ni siquiera es ciego, con gafas negras o miradas quietas en su espacio conocido, y con un blanco bastón plegable de la ONCE. El actor –Ricardo Joven- no consigue transformarse, sin apoyo, como si aún no conociera los textos –en alguno de ellos, sobre todo al principio, no se le entendía- de este Luces de bohemia, una de las principales tragedias del siglo XX. Don Latino, en el supuesto “ensayo” al que nos invitan, está todavía sin empezar, partiendo de una especie de insoportable yonki. Voces, acciones, gestos equívocos. No ha sido así otras veces esta compañía ni este director. ”Los cómicos españoles no saben todavía hablar”, afirmó también Valle. Han estrenado este supuesto ensayo, quizá sea el primer día del estreno.
Enrique Centeno
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Autor: Ramón María de Valle-Inclán.
Intérpretes: Ricardo Joven, Gabriel Rebollo,
Gabriel Latorre, Francisco Fraguas, Rosa Lasierra,
Javier Aransa, Gema Cruz, Jorge Usón.
Música: Miguel Ángel Remiro.
Escenografía: Tomás Ruata.
Vestuario: Beatriz Fdez. Barahona.
Dirección: Carlos Martín.
(Teatro del Temple)
Teatro: Círculo Bellas Artes (8.1.2009)
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