sábado, 17 de octubre de 2009

El portero ***

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Autor: Harold Pinter.
(Trad.: Inmaculada Garín).
Intérpretes: Enric Benavent, Luis Bermejo, Ernesto Arias.
Vestuario: Alejandro Andújar.
Escenografía, iluminación y dirección: Carles Alfaro.
Teatro: La Abadía. (5.10.2006)

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El tiempo se detiene. Los hechos pasan frenándose; con ellos, la realidad intenta avanzar entre la quietud y la permanente lluvia a través de la ventana. Harold Pinter escribió ya La habitación (1957) en la que se preguntaba también el personaje: “¿Fuera qué hay?”. Y aquí El portero (1959), ante el goteo en el techo sobre un cubo colgado, le hace decir al mendigo: “¿Qué hace cuando el cubo está lleno?”. Hay allí, en una habitación o estancia, tres hombres: uno de ellos se ocupa y arregla inútiles cosillas, como un ebanista que habla como si realmente lo fuera. En este día lluvioso aparece otro hombre, empapado, a quien se le invita a protegerse en la vi­vienda: este es el segundo, desconfiado, que acepta acogerse entre los trastos viejos y ropas desordenadas. Por ahí anda también el hermano, dueño de la vivienda, que va y que viene como intentando vender y reformar el también viejo edificio. Y lle­gará a nombrar portero al viejo y vagabundo (Carekater, “conserje”, título exacto). El sin papeles recibirá, por su presencia, una monedas a cambio de no hacer nada. Es un retrato de lo vacío.
Pinter va haciendo moverse a estos tres personajes, metidos en el tiempo y en la triste habitación. Todos son así para nuestro escritor: aparece un cierto humor, lo absurdo que se convierte en drama. Nada gira ni cambia; es así, perfectamente, la foto­grafía del decorado hiperrealista que ha hecho el propio director. Uno padeciendo su quietud, contemplando la lluvia tras los cristales; otro, sufriendo la consecuencia de extraños electroshock en el pa­sado; por último, ese ser de falsos nombres, caminante que no se sabe a dónde irá, con ese aspecto tal vez judío –lo era Pinter- vestido de negro, con el secreto de su origen mentido, bajo su ropa pasada agarrándose a su llamativa bolsa de viaje.
Nada se entiende, por eso citamos su absurdo, y el espectador desea saber más, que pase más el tiempo, que se llene el cubo de agua. Finalmente, algunos pueden pensar que aquello no debe terminar nunca, porque así es, incluso algún espectador sentía el deseo de interponerse o unirse en aquella habitación sentimental.
Vemos, insuficientemente, a este Nobel en nuestros teatros. Y para mejor reaparición, lo trae el director Carles Alfaro, una vez más con su inteligencia y sensibilidad. Con tres actores formidables, citándolos con igual sabor: Enric Benavent, Luis Bermejo y Ernesto Arias.
Enrique Centeno

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