martes, 3 de mayo de 2011

Dom Juan o el festín de piedra ***

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Autor: Molière.
Intérpretes: Joaquín Notario, Francisco Rojas, Cristóbal Suárez,
Natalia Menéndez, Pepa Pedroche, José Luis assó, Marta Belenguer,
Arturo Querejeta, Enric Majó ,
Israel Elejalde, Ángel García Suérez, Kilo Ortega, Raúl Guirao.
Vestuario: Javier Artiñano.
Escenografía: Oancho Quilici.
Iluminación: Jean-Pierre, Carlos Torrijos.
Dirección: Jean-Pierre Miquel.
Teatro: La Comedia (Compañía Nacional de Teatro Clásico). (9.2001)
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El don Juan francés

No es normal, desde hace un tiempo, que en la Compañía Nacional de Teatro Clásico se pueda ver, en efecto, a un clásico tal como es. Queremos decir sin que el director se invente felaciones, reyes en cueros por el escenario, mujeres gratuitamente desnudas y todas esas cosas que falsean el original y escamotean a los espectadores el contenido de nuestros grandes autores en una labor ciertamente perversa. Por eso se agradece este Don Juan, un reposo porque el director francés invitado –de la Comédie Français- no trata, curiosamente, de épater, sino de explicar, mostrar, desentrañar.
    Parece que Molière escribió su don Juan como recurso para salir de la ruina tras la prohibición de su Tartufo. E incluso se da como una de las razones de su elección el que su teatro dispusiera de tramoyas y trucos para este texto, que escribió muy rápidamente. Este don Juan guarda más relación con el de Tirso que con el bravucón de Zorrilla. Se trata de un personaje transgresor, agnósti-co, amoral y de un racionalismo radical que mantendrá hasta su condena, como el de nuestro Burlador de Sevilla. La flema o la frialdad desapasionada de este Don Juan se ha extendido, en la puesta en escena, a todos sus elementos. Una acción morosa –a veces en exceso-, un ritmo verbal lento y reflexivo o unos movimientos actorales cartesianos son algunos signos.
    En Molière ni el gracioso criado es tal cosa ni el galán el espadachín apasiona-do, ni la dama la inocente bella. De modo que también nuestros actores deben hacer un esfuerzo para cambiar su habitual registro barroco. Lo consiguen muy bien, a pesar de que el espectador, quizá también por la diferente formación, desearía más calor, más mediterraneidad. En todo caso, el espectáculo es una bella obra de arte para paladear tanto su texto como su estética.
Enrique Centeno

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