jueves, 30 de junio de 2011

Quijote ***

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Autor: Jaume Policarpo.
Intérpretes: Jaume Policarpo, David Durán.
Escenografía: Jaume Policarpo
Dirección: Carles Alfaro.
Teatro: La Abadía. (13.12.2000)
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Muñecos para adultos



Dentro del extenso mundo del teatro de títeres hay un género en el que los manipuladores están presentes en el escenario. Se adueñan de los personajes, los mueven a su antojo, los dan vida y, bajo su vestimenta neutra, pasan desapercibidos aunque se los vea. Es una hermosa convención que, desde hace años, se acepta con placer, a veces con muñecos tan grandes como los propios manipulantes. Esta técnica, alejada del tradicional teatro de hilos, de guante, de sombras o de varillas, permite fantasías distintas, posibilidades muy curiosas, porque el doble juego entre el dueño y su muñeco hace posible un guiño especial, en el que parece que estemos ante un dios con su criatura. Esta clase de titiriteros suelen autocalificarse como actores-manipuladores, como si los que practican las otras técnicas no fueran exactamente lo mismo, cuando en realidad la única diferencia reside en que a unos se los ve –no siempre con fortuna-, y otros permanecen ocultos. En este espectáculo, por ejemplo, molestan los manipuladores cuando quieren intervenir en el mágico mundo creado para los muñecos, porque, como actores de carne y hueso, dejan mucho que desear.
    Quijote es un bellísimo espectáculo, a pesar de todo. Una representación para adultos, dejémoslo claro, y además para quienes conozcan la novela de Cervantes. Lo que hace la compañía valenciana Bambalina Titelles es una interpretación poética del mito de don Quijote, centrándolo sobre todo en la relación con su anverso y a la vez gemelo Sancho. Ya se comprenderá que, en poco más de una hora, la compañía se propone ciertos aspectos de la obra cervantina. La locura maravillosa de Alonso Quijano, algún episodio de su primera salida –es formidable la escenificación de los molinos- y forzosas elipsis desde el vuelo imaginado sobre el Clavileño, hasta el combate con el caballero de la Blanca Luna, y, finalmente, su consiguiente fallecimiento, rodeado de libros y, sobre todo, de su entrañable Sancho.
    Poesía, reinterpretación, comprensión de los personajes, de la historia y de la época. No es poca cosa, y el espectáculo se sigue con emoción –ya hemos dicho que sobran las intervenciones personales de los estupendos manipuladores-, seguramente conseguido en parte gracias a un admirado director de teatro, Carles Alfaro, que ha prestado su talento para este encantador montaje.
Enrique Centeno

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