martes, 3 de mayo de 2011

Defensa de dama ****

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Autores: Isabel Carmona, Joaquín Hinojosa.
Intérpretes: Ana Belén, Juan José Otegui,
Antonio Valero.
Iluminación: José Manuel Guerra
Escenografía: Sven Nebel
Dirección: José Luis Gómez
Teatro: La Abadía. (22.2.2002)
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Página de sucesos


Herederos del realismo más noble de nuestra ultima tradición teatral (léase Sastre, Olmo, Muñiz o Rodríguez Méndez), los autores Isabel Carmona y Joaquín Hinojosa han cogido el toro por los cuernos para contarnos una cotidianeidad bestial que se repite cada día: los malos tratos a la mujer.
    Están ahí: frente al descansillo de nuestra escalera, en el piso de arriba o de abajo, y por eso esta obra no pretende sino rascarnos las tripas pasando por el cerebro., sin necesidad de una magistral dramaturgia o de una extraordinaria poética teatral. Por eso precisamente conmueve a todos, aunque muchos policías y un buen número de jueces permanecerían impertérritos ante este drama.
Una mujer que ha sido violada por su propio padre en la adolescencia; un marido que le ha propinado palizas hasta ser llevado a la cárcel. Y lo peor: su retorno con los mismos modales –la prisión no rehabilita- hasta provocar en ella, tras nuevas vejaciones, se rebelará hasta la justificada tragedia. Ni los autores ni el director, José Luis Gómez, conceden un minuto de piedad al espectador. Al estremecimiento permanente contribuyen igualmente los tres actores que encarnan a estos vivientes personajes de cada día. Uno es Juan José Otegui, el padre de la desdichada María, cuyo trabajo es, sencillamente magistral, quizá el mejor de su sólida carrera y que no es exagerado afirmar que roza la genialidad. La víctima es Ana Belén, metida en el pellejo de su personaje sin concesiones, recuperando el genio que siempre tuvo y que nos ha sustraído como actriz. Puede que Antonio Valero esté un poco excesivo, tal vez por la tentación del estereotipo del maltratador que, por desgracia, no es forzoso retratarlo como un chulo borracho; compone muy bien el personaje duro, áspero, tortuoso.
    Y una vez más, la sabiduría y la sinceridad de José Luis Gómez, en esta ocasión recuperando el teatro que habla de nosotros, que toma la propia realidad para devolvérnosla en forma, de hacer de la dramaturgia un instrumento de concienciación y de testimonio. Bravo por La Abadía. Bravo porque la escena se mantenga viva gracias a estos talentos.
Enrique Centeno

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