domingo, 14 de diciembre de 2008

La taberna fantástica ****

El realismo de las generaciones del 50 y de los 60 pasó por la censura, por el difícil estreno de sus obras y, actualmente, por el olvido casi completo. Sastre consiguió, tras años de silencio, estrenar con continuidad sus últimas obras, cambiando su realismo y escribiendo sobre personajes lejanos, con una poesía dramática e investigaciones sobre apasionantes figuras. Hoy se recupera uno de sus títulos anteriores, La taberna fantástica, de hace veinticinco años: lo pudo estrenar entonces, tras largos años abandonado por nuestros teatros. Sin duda, hay quienes hablan de una especie de antiguedad en aquel recambio del teatro español más importante del siglo XX. Y se aceptan, naturalmente, las lectura de Pío Baroja de hace cien años, o los continuos montajes de Chéjov, autor de los mismos tiempo naturalistas. Para el conocimiento de la sociedad reciente, de la memoria y de la historia, son imprescindibles los principales poetas y los dramaturgos de las últimas décadas. Son aquellas obras las que se comprometieron con un nuevo arte prohibido por la censura. Son cuadros literarios y de paisajes de aquel tiempo que quisieron transformar. Hay clásicos y clásicos. Unos son del pasado; otros, los más cercanos: de estos, se prefiere huir por su dureza. Los genios del Siglo de Oro permiten conocer datos estéticos, sociales e ideológicos de entonces. Pero cuentan la historia. Cuentan el mundo de unos y otros, estos últimos olvidados o ignorados. Los del sentido reaccionario ante los comprometidos autores: son aquéllos Buero Vallejo –desde la Historia de una escalera. Premio Nacional de Teatro (PNT)-, o Lauro Olmo, -La camisa (PNT igualmente)-, o muchos más, como Alfonso Sastre -dos veces (PNT) con Escuadra a la muerte (qué pasaría hoy con esta obra sobre la guerra actual) y la que ahora hemos visto, La taberna fantástica-.
Esta fantasía realista fue estrenada en 1985 en el viejo Martín, donde hubo un gran éxito con meses en el cartel. Aunque fue trasladada desde su verdadero estreno, poco éxito obtuvo en el Circulo de Bellas Artes, sin duda debido a que entonces prácticamente no había nacido del todo este teatro. Esta taberna es el retrato de ese mundo aparentemente quimérico o verdadero, en los suburbios donde manda el paro y la miseria, en el lugar de los llantos y los vinos. En menos de dos horas de la función termina derribada la taberna: un bar rodeado de construcciones de altas viviendas, de negocios de ladrillos, a los pies de unos muros para ocultar la realidad de las bajas viviendas de la ciudad. Los personajes de esta función mencionan algunos barrios y lugares concretos. Ocurren hoy estos hechos, que ahora nacen por situaciones similares de clases o étnicas. El alcohol, el humor sarcástico o la amargura; mezcla todo Alfonso Sastre en este circo con un mostrador, dos viejas mesas y una parra, en el que actúan las risas y las críticas; los encuentros que aquí causan una surgida violencia. El autor sin duda lo vio, y en la función, junto a una mesa o de pie frente al público, este escritor -que interpreta el estupendo actor, Paco Casares, con un maquillaje y caracterización hasta conseguir un doble del propio Sastre-, relata en el prólogo los hechos que vamos a seguir, y después, en un epílogo, anuncia el drama, con un estilo brechtiano.
Lo montó en su día Gerardo Malla –que puso en escena a otros realismos-, y es hoy quien lo repite. El Centro Dramático Nacional (CDN) ha decidido, por fin -tras ocuparse de algunos autores nuevos y de los habituales Chéjov, Shakespeare o Valle-Inclán-, incluirlo en su programación de nuestros clásicos de hoy. Sastre fue creando también otros temas, varias obras históricas, tras su falta de estrenos, hasta que fue atendido. Ejemplos son La sangre y la ceniza (Miguel Servet), más tarde, su Kant y, muy recientemente, el ¿Dónde estás, Ullalume, dónde estás? (Edgar Alan Poe).
La escenografía es prácticamente la misma que en aquel lejano estreno –más rica, naturalmente, el CDN- y en él se ocupa de los actores como lo hizo entonces, con varios de ellos recuperados. Recordábamos muy bien, sobre todo, a El Tabernero –Carlos Narcet-. El equipo conjunto es todo él magnífico, con la curiosidad del actor Antonio de la Torre, en su primera obra teatral –al menos no lo hemos visto- que hace formidablemente el principal personaje, Rogelio el Hojalatero, y que el director, conocedor de actores, quiere reflejar el espejo de quien lo hizo, El Brujo, su primer éxito.
Volvimos otra vez a la taberna. No resisto una anécdota en aquel teatro Martín. En la cafetería que tenía en la misma sala nos sentábamos a veces amigos teatrales, donde se añadía el empresario, una curioso personaje, alegre y divertido (Paco, no recuerdo su apellido). Había un momento en el que salía corriendo para meterse en el entresuelo, del que volvía a los pocos minutos. “Es que no hay un día que no pueda dejar de ver esta escena”. Lo entendíamos muy bien. Como hoy, seguro que haría lo mismo. Como nosotros, que nos hinchamos a aplaudir el día del estreno.
Enrique Centeno
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Autor: Alfonso Sastre.
Intérpretes: Enric Benavent, Celia Bermejo,
Paco Casares, Félix Fernández, Saturnino García,
Felipe García Vélez, Carlos Marcet, Luis Marín,
Francisco Portillo, Antonio de la Torre, Paco Torres,
Juliá Villagrán, Miguel Zúñiga.
Vestuario: Pedro Moreno.
Escenografía: Quim Roy.
Música: Miguel Maya.
Dirección. Gerardo Malla.
Teatro: Valle-Inclán (CDN) (17.12.2008)

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