miércoles, 6 de julio de 2011

Los persas ****

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Autor: Esquilo.
Versión: Jaime Siles.
Intérpretes: Alicia Sánchez, Miguel Palenzuela, Inés Morales,
Jesús Noguero, Alberto Vidal, Críspulo Cabezas.
Videoescena: Pablo Vega.
Iluminación: Paco Ariza, Rafael González.
Vestuario: Ana Rodrigo.
Escenografía: Marcelo Pacheco, Alberto Estéban.
Música: Juan de Pura.
Dirección: Francisco Suárez.
Teatro: Español. (23.6.2011)
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Esta tragedia la escribió Esquilo, siendo testimonio de la guerra Grecia-Persa (480 a. J.), y el montaje ha conservado el original, con la versión de Jaime Siles, que ha cuidado con sensibilidad los versos de este poema. Escucharlo provoca la emoción y el estremecimiento, gracias a la riqueza de voces y ritmos de esta compañía. Algo que no es común en los atrevimientos de otros directores, atrapados por la tragedia pero que, frecuentemente, lo actualizan, e incluso se permiten transformar los versos. Es como si no se confiara en el original, ni en su permanencia a lo largo de veinticinco siglos. Pueden conseguirse, desde luego, algunas adaptaciones brillantes, como la que hizo, magníficamente, el director Calixto Bieito –v. blog- hace pocos años, pero jamás se alcanzará la grandeza de Esquilo.
    Francisco Suárez ha sabido que los clásicos siguen vivos, que es incomprensible alejarse cuando se representa Los Persas, cuya permanencia está en nuestros días: hoy las mismas guerras en las fronteras, las mismas religiones, los mismos muertos. Muy levemente, se actualiza algún elemento del vestuario. Lo único que se ha introducido, fuera del espacio escénico, son imágenes de batallas y levantamientos, proyectadas sobre unas pantallas que muestran, de vez en cuando, lugares de Túnez, Egipto o Libia –incluso aparece la foto de Gadafi- con subtítulos que nombran estos lugares, siempre indicando el año 2011. No sería necesario, pero son como testimonios didácticos en las páginas adjuntas a la representación.
    En la Sala Pequeña del Teatro Español, se ha situado al público a ambos lados de la escena rectangular, lo que permite al espectador aproximarse a los personajes. Esto es ya lo más emocionante: el teatro se basa en los actores, y aquí hay un reparto excepcional.
    El tradicional Coro griego –su autor lo dedicó aquí a Los Ancianos- lo interpretan únicamente La Consejera y El Consejero, -llamados así en el reparto-, persas a los que Esquilo da un generoso tratamiento. Con ”Estos son los fieles”, inicia su uniformado militar, explicando la formación del cuerpo del ejército bajo el mando de Jerjes, y para ello se utilizan numerosas copas de cristal sobre una mesa que bien podría significar un ara donde levantar el Cáliz de una Eucaristía. Es la esperanza y creencia en la victoria de Persia.
    El Consejero es el actor Miguel Palenzuela, que muestra, una vez más, su grave y comunicadora voz que en todo caso admiramos. Junto a él, la siempre perfecta y variable Alicia Sánchez. Más reflexiva, amante de su perdido Darío, ya muerto, es la Reina, que interpreta estupendamente Inés Morales. Jesús Noguero aparecerá como El Mensajero y, frente a la esperanza, notifica la definitiva derrota del ejército de Jerjes: llantos y desesperación interpretados entre versos y giros danzantes, relatan la condenación de Persia. El ambicioso Jerjes entra ensangrentado tras su vencida batalla, y lo expresa de manera brillante Críspulo Cabezas, volviendo a su violencia en un proyecto ya de contenido ideológico nazi. Con él terminará la función, pistola en mano ante la cabeza de su madre, lo cual, sin duda, causa una ingenuidad inventada por el director, quien ha hecho un gran trabajo.
    Entre brumas de las simas, aparecerá Darío, el padre de Jerjes. Una sombra saliente de un transparente crisol. Es una de las escenas más impactantes, creada por Albert Vidal, el extraordinario creador de monólogos dramáticos. Contar con él en este elenco, es uno de hallazgos de Suárez. Darío es un cuerpo vivo y muerto, un pálido suplicante en un pianto acusador a su hijo. Un velatorio a todas las víctimas de las invasiones bélicas. Hace temblar al público hasta su desaparición en su sarcófago.
    El espectáculo, aparentemente sencillo, posee una fuerza terrible que nos hace llegar al sentido de la tragedia griega, y a la conciencia de los crímenes actuales. Es uno de los primeros deberes del carro de Tespis.
Enrique Centeno

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