Autor: Esquilo.
Versión: Jaime Siles.
Intérpretes: Alicia Sánchez, Miguel Palenzuela, Inés Morales,
Jesús Noguero, Alberto Vidal, Críspulo Cabezas.
Videoescena: Pablo Vega.
Iluminación: Paco Ariza, Rafael González.
Vestuario: Ana Rodrigo.
Escenografía: Marcelo Pacheco, Alberto Estéban.
Música: Juan de Pura.
Dirección: Francisco Suárez.
Teatro: Español. (23.6.2011)
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Esta tragedia la escribió Esquilo, siendo testimonio de la guerra Grecia-Persa (480 a. J.), y el montaje ha conservado el original, con la versión de Jaime Siles, que ha cuidado con sensibilidad los versos de este poema. Escucharlo provoca la emoción y el estremecimiento, gracias a la riqueza de voces y ritmos de esta compañía. Algo que no es común en los atrevimientos de otros directores, atrapados por la tragedia pero que, frecuentemente, lo actualizan, e incluso se permiten transformar los versos. Es como si no se confiara en el original, ni en su permanencia a lo largo de veinticinco siglos. Pueden conseguirse, desde luego, algunas adaptaciones brillantes, como la que hizo, magníficamente, el director Calixto Bieito –v. blog- hace pocos años, pero jamás se alcanzará la grandeza de Esquilo.
En la Sala Pequeña del Teatro Español, se ha situado al público a ambos lados de la escena rectangular, lo que permite al espectador aproximarse a los personajes. Esto es ya lo más emocionante: el teatro se basa en los actores, y aquí hay un reparto excepcional.
El tradicional Coro griego –su autor lo dedicó aquí a Los Ancianos- lo interpretan únicamente La Consejera y El Consejero, -llamados así en el reparto-, persas a los que Esquilo da un generoso tratamiento. Con ”Estos son los fieles”, inicia su uniformado militar, explicando la formación del cuerpo del ejército bajo el mando de Jerjes, y para ello se utilizan numerosas copas de cristal sobre una mesa que bien podría significar un ara donde levantar el Cáliz de una Eucaristía. Es la esperanza y creencia en la victoria de Persia.
Entre brumas de las simas, aparecerá Darío, el padre de Jerjes. Una sombra saliente de un transparente crisol. Es una de las escenas más impactantes, creada por Albert Vidal, el extraordinario creador de monólogos dramáticos. Contar con él en este elenco, es uno de hallazgos de Suárez. Darío es un cuerpo vivo y muerto, un pálido suplicante en un pianto acusador a su hijo. Un velatorio a todas las víctimas de las invasiones bélicas. Hace temblar al público hasta su desaparición en su sarcófago.
El espectáculo, aparentemente sencillo, posee una fuerza terrible que nos hace llegar al sentido de la tragedia griega, y a la conciencia de los crímenes actuales. Es uno de los primeros deberes del carro de Tespis.
Enrique Centeno
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