
La historia de esta desaparecida escritora no es un texto teatral: realmente, es la confesión de su situación psicológica y su decisión de abandonar la vida. Recordábamos varias obras, para monólogos, sobre los últimos días de la pintora Frida Khalo; el más reciente es Árbol de la esperanza, de Laila Ripoll –véase Críticas 2007-2008-. Porque son muy diferentes, especialmente por el sentido del suicidio de Kane, frente al lamento y el dolor de aquella luchadora. Ésta otra, lo que nos quiere explicar es, con exhibición, su decisión. Era conocedora de su enfermedad en el frenopático, del que salió para regresar a su casa. Un monólogo interminable, un autismo que vuela en su permanencia. El mundo es el culpable, la causa es la inutilidad.
En su habitación no hay ventana, ella carece de la mirada al exterior. No quiere transformar, recrear, romper y construir lo que odia. Solamente quiso mirar los techos vacíos, huyendo de cualquier creencia para negarse a la transformación. Su suicidio es así el alejamiento del combate, la construcción cobarde; sin un momento vital, ni un instante. He leído por ahí que se compara a Kane con Becket y con Pinter. Un disparate insultante, esperemos que este motivo haya sido por los éxitos que ha obtenido.
Enrique Centeno
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Autora: Sarah Kane
Interpretación: Leonor Manso.
Dirección: Luciano Cáceres.
Teatro: C.C. de la Villa (Hoy Centro de Artes),
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