miércoles, 24 de junio de 2009

La dama del mar **

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Autora: Susan Sontag, basada en la obra de Henrik Ibsen.
Traducción de Marta Pessarrodona.
Intérpretes: Ángela Molina, Manuel de Blas,
Laura Grube, Carlota Gaviño, Agustín Sasián
Vestuario: Giorgio Armani
Dirección, diseño escenográfico y concepto de iluminación: Robert Wilson.
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A la escritora Susan Sontag (1933-2004) le fascinó Ibsen con su relato de La dama del mar. Es la historia de una mujer unida profundamente a las aguas. En ella conoce al amante marinero que después desaparece durante un largo tiempo. A su regreso, esta mujer, como una sirena, une su apasionada relación entre aquel hombre y las espumas del mar. Contándolo, con liberalísima versión, sorprendió Robert Wilson, como siempre, en su estreno de Madrid. Es una de esas cosas que hace el creador norteamericano, que siempre repetirá su personalidad y que todos esperan: por unos adorado y por otros incomprendido en escenas con los mismos recursos. El color, la iluminación, el contraluz, el espacio brillante y el silencio, acompañan al también arquitecto.
En este montaje, los personajes son puntos de geometría: la recta, el ángulo, el triángulo: con las tres formas organiza la acción, más que el texto, que siempre anula, aunque en este caso -no común-, les deja hablar algo. Sus frases son aquí expresiones de ritmos oscuros, fríos, graves y sonadas como voces del universo. Las miradas son expresiones, potentes entre visiones aéreas. Esta compañía hace una interpretación perfecta, como muñecos muy lentos y movimientos que recuerdan a los puppi o al teatro mecánico: más de motor que de varillas equiláteras o isósceles en las que va creando el ambiente o relación de los actores. Es difícil comprender cada momento, a veces atrapado más en la belleza plástica que en el argumento. Como siempre, es fundamental para Wilson la iluminación de contraluces, donde los personajes son sombras ante el panorama de cambios de color, en este caso el azul, que se justifica por el fondo del mar. Es su arte, su conocimiento que lo mismo le sirve para Heiner Müller, Georg Büchner o su curioso Don Juan que hizo en España.
Las miradas saltantes, las expresiones corporales y la potente voz del gigante actor Manuel de Blas ayuda fuertemente al Hartwig, ese personaje lleno de atractivo en su primer marinero y su regreso después de su largo viaje. Casi pienso que ninguna otra persona podría dar tanta fuerza. Con él, figura bella –incluso se ha encargado del vestuario el diseñador Giorgio Armani- la de Ángela Molina. Se ha visto el espectáculo con la admiración del comienzo, se espera algo más que la lentitud, y solo en una hora y cuarto se hace pesado y agotador este estreno.
Enrique Centeno

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