domingo, 11 de octubre de 2009

Cosmética del enemigo ***

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Autora: Amélie Nothomb.
Adaptación teatral: José Luis Sáiz.
Intérpretes: Jesús Castejón, José Pedro Carrión.
Escenografía e iluminación: Baltasar Patiño.
Audiovisual: Álvaro Luna.
Música: Antonio Rodríguez.
Dirección: José Luis Sáiz.
Teatro: Fernando Fernán-Gomez (C.C.Villa).
(14.10.2009)

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Es una aparente comedia durante la primera parte, que va cambiando, lentamente, hacia un doloroso drama. La mentira, la maldad de un personaje moralmente inánime. ¿Pero quiénes son este Textor y Jerôme, cuyas verdades irán apareciendo debajo de sus cosméticas?. Pertenecen a un reducido censo que ocupa la sala de espera del aeropuerto, donde se anuncia que la salida se aplazará. Sabemos enseguida que este será el espacio de la extraña Cosmética del enemigo. Hay únicamente dos personajes –también unos figurantes espectadores que ocupan las sillas del mismo escenario-, y uno de ellos, Textor, inicia sus gestos de charlatán continuo; es un sujeto incómodo, exhibicionista en sus monólogos -sin aparente interés- de voces permanentes. Se consigue en este texto un fuerte humor entre su proyectos, paradójicas filosofías para él mismo. Y va acercándose, poco a poco, al opuesto viajero, muy diferente, cuidadosamente trajeado, que le mira con desprecio.
Jerôme irá rompiendo su silencio, orgulloso, hasta que entra, lentamente, en la conversación: al principio le contesta levemente y, finalmente, en una intensa discusión. Textor confesará sus brutales hechos cometidos, perdonándose a sí mismo al libre albedrío –cita concretamente el jansemismo- y, después, saltando hacia su enemigo. Pudiera pensarse que pertenece a una especie de ángel confesionario, tal vez un policía, el mismísimo demonio, y finalmente el verdadero acusador.
Cosmética del enemigo es una adaptación teatral de la novela de la escritora francesa Amélie Nothomb (1967), una autora tan risueña como ácida. Este estilo le permite denunciar la injusticia, aquí el maltrato y los crímenes a la mujer; sin necesitar más que su brillantísimo texto. José Luis Sáez se ha servido del libro para montar una maravillosa función. Con una puesta en escena sensible, un perfecto viaje por vías separadas que, lentamente, van llegando al cruce. Sus acercamientos, el aumento de sus relaciones y las rupturas, lo dirige magistralmente, con limpieza y un ritmo perfecto -le sobran esos momentos en los que se arrastran las sillas-, consiguiendo el viaje hacia la cumbre.
Es un escenario cerrado entre paredes acristaladas y persianas blancas que permiten los audiovisuales -los ha realizado Álvaro Luna-, en el que se insiste en el continuo retraso del avión, una nuevo aviso que celebramos para seguir viviendo esta situación. Lo crea el escenógrafo Baltasar Patiño, inventando una chácena en el decorado para la aparición de una caja de espejos, un ascensor para condenar al asesino. Atreviéndose a situar al público como nuevos personajes, el resultado es magnífico. Hay textos y escenas en las que son imprescindibles dos grandes actores. José Luis Sáez tiene ese privilegio. Quien quiere arrancar la cosmética –Textor- lo hace Jesús Castejón –ya le hemos visto muchas veces-, un personaje difícil que consigue, genialmente, ir cambiando en esta hora y media. Frente a él, está nuestro conocido José Pedro Carrión: es ese Jerôme frío, seguro como un sujeto tieso, capaz de haber ocultado y olvidado su terrible pasado para ir hundiéndose sin maquillaje. Carrión tiene que ir trasformándose y cambia su cuerpo, sus voces de nuevos tonos del vencido –grave, potente, que nos recuerda al gran José María Rodero-, una estupenda lección.
Enrique Centeno

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