
Hace mucho tiempo que no veíamos por Madrid a
Anna Lizaran, una de las excelentes actrices del teatro catalán. Y nos preguntábamos qué podría hacerse con esta obra,
El baile, junto con la prestigiosa bailarina y coreógrafa de la danza contemporánea Sol Picó, en un montaje de
Sergi Belbel. A este director –que
principalmente es autor- se le ha ocurrido este interesante ensayo de unir las dos artes. Luego nos referiremos también a la música y la plástica.
La obra es una adaptación del relato –del mismo título- de
Irène Némirovsky (1903-1942),
ucraniana 
asentada en Francia, en cuya lengua escribió siempre. Es una autora muy desconocida –empezando por mí- cuya familia, banquera, huyó de la Unión Soviética tras su revolución. Judía, después católica y
antiseminista, terminó detenida por el gobierno de
Vichy y trasladada a
Auschwitz, donde muy poco después falleció por tifus.
La elegante, orgullosa, posesiva y petulante, es la madre,
Mme.
Kampf, que
prohíbe, ordena y desprecia a su joven hija,
Antoinette. La defensa y
levantamiento de esta adolescente, primero hacia la institutriz y a su profesora -a las que representa

limpiamente
Francesca Piñó-, y luego, lentamente, ante su madre. Importa mucho la escritura
cuidadísima en sus prolongados monólogos con escasas respuestas de la hija. Lo lanza
Anna Lizaran envolviéndose en su poder,
pretendidamente rica y noble, que mastica sus desprecios; lección teatral de un duro trabajo. Casi indefensa, en una simple silla, va soportando la muchacha a esta tirana –
Kampf es “
lucha”: “
Mi lucha” es el libro de
Hitler-, pero, poco a poco, sus miembros van liberándose. Y comienza ya su cuerpo a responder a las palabras, como en un vuelo alrededor de la madre. La rodea en esta
Comedia repugnante de una madre –tomemos el nombre de la obra del croata
Witkiewicz (1885-1935)-, la inmoviliza tras el abandono de sus supuestos invitados a
El baile-, en una isla de aguas pantanosa en cuyos vapores se desliza esta hija hasta su salvación. El público, cercano en este pequeña teatro, contempla con asombro el formidable baile con algunos textos- de Sol Picó.
Ha conseguido
Belbel su propuesta, muy inteligente al contar con la hermosa coreografía. El escenario lo forma una tarima de suelo barnizado, como flotante, rodeada por las aguas. Permite un final impresionante, al tratarse de una serie de hexágonos unidos que se convertirán en banquetas que Picó va arrojando en la destrucción, formando una escena exterminadora, algo
ionesca. Lo han creado
maravillosamente Max Glaenzel y
Estel Cristiè, a quienes bien conocemos. Apoya también la puesta en escena
Òscar Roig, con una preciosa música, y
Mercè Paloma en un perfecto vestuario, todo ello iluminado por Kilo Planas.
Con este equipo, no es extraño que la buena dirección consiga un sensacional espectáculo.
Enrique Centeno
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