lunes, 23 de enero de 2012

En la vida todo es verdad y todo mentira **

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Autor: Calderón de la Barca.
Versión: Ernesto Caballero.
Intérpretes: Carmen del Valle, Ramón Barea, Karina Grantivá, 
José Luis Esteban, Iñaki Rikarte, Jorge Machín, Paco Ochoa, 
Jorge Basanta, Jesús Barranco, Miranda Gas, Sandra Arpa, Diana Bernedo, 
Marta Aledo, Georgina de Yebra, Borja Luna, Paco Déniz.
Dirección musical y arreglos: Vanesa Martínez.
Escenografía: José Luisaymond.
Iluminación: Paco Ariza.
Dirección: Ernesto Caballero.
Teatro: Pavón (CNTC). (19.1.2012). CNTC
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Política y fantasía
 De Calderón, entre sus más de cien dramas, se ha querido estrenar este En la vida todo es verdad y todo  mentira. Tiene una complejidad de tema y de contenido: político, filosófico, mitología o fantasías. Y encontraremos una relación con las tragedias que Shakespeare -salvando la distancia- trató como testimonios históricos de su país. Es quizá uno de los motivos que ha conducido al director  Ernesto Caballero.
    En realidad, lo que más nos ha satisfecho de este montaje es el arte escénico -suerte de que ya se haya cambiado la dirección de la Compañía  Nacional de Teatro Clásico (CNTC)-, porque el olvidado título –como tantos otros- se ha quedado en tercer lugar. El mayor valor del teatro áureo es la construcción –a partir de Lope- y, sobre todo, las maravillosas versificaciones. En esta obra no existe esa gran calidad y riqueza; carece de esos juegos poéticos, los atractivos diálogos estróficos o el ritmo vital de sus textos.
    En su propia versión, Caballero ha ido trasladando las Jornadas a diferentes tiempos. Esto hace salvar la pesada y difícil explicación de esta historia que inventó Calderón. Pasa de la  antigüedad –hasta con personajes en faldas de kimono-, a los cañones de guerra y a una plástica luminosa del XIX.
Quien da calidad e interés a este montaje no es la formación  de nuestro mejor Barroco, sino el buen reparto, la escenografía y la inteligente dirección.
El emperador de Constantinopla, Focas, tirano y asesino, quiso viajar a una isla siciliana para  buscar a un arrojado y desparecido hijo. Y allí se encontrará  con dos jóvenes,  sin que pueda adivinar cuál de ellos es su  descendiente. El actor Ramón Barea compone una figura, una creación  riquísima, potente y magistral. Mejor le valdría verle en Lear, porque tiene que sostener infinitas ristras de romances; cuánto habrá trabajado.
Resultaba que uno de ellos –Heraclio- era, en realidad, hijo del rey a quien mató Focas. El segundo –Leonido- será el hijo auténtico del dictador. También lo hacen formidablemente Iñaki Rikarte y Jorge Machín, en sus tratamientos de la amistad, la separación, el enfrentamiento físico –insuficientes en estas escenas- y, finalmente, la entrega de la corona al verdadero heredero, Heraclio. Y como debía  de ser, el final del Emperador, con la demostración de que En la vida todo es verdad y todo mentira.
    El espectáculo atrae únicamente por la belleza y, por encima de todo, el formidable conjunto de intérpretes. Esa Libia valiente, o la dulce Cintia, permiten admirar a las estupendas actrices Karina Grantivá y Carmen del Valle. Es un largo reparto de conjunción, con voces, ritmos, versificación y creaciones de personajes. Casi nunca lo hemos visto en las obras habituales de la CNTC –ya siempre los mismos- donde cada cual decía los versos  como podía, o como no, los enseñaban. Claro que había grandes actores, pero no un buen director que solo se ocupaba de sí mismo. Caballero lo ha sabido hacer sabiamente, y los actores dan una lección. Qué pena la elección de esta obra. Sus trabajos en los clásicos mostraron su interés; hace veinte años, con Eco y Narciso, de Calderón (Sala Pradillo, 1991), o para la CNTC con Sainetes, de Ramón de la Cruz (2006), uno de los más importantes y formidables montajes. Seguro que volveremos a aplaudirle ante otro título.
Enrique Centeno

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