lunes, 9 de mayo de 2011

Rock & clown **

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Idea original: Yllana.
Intérpretes: Chus Herrera, Ramón Merlo, Mark Nef,
Orlando Valenzuela.
Espacio escénico y dirección: Yllana.
Teatro: Alfil. (2.2001)
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Payasos para adultos


  Son cuatro payasos. Ninguno de ellos es Augusto o Clown, y son ambas cosas a la vez: tonos y listos, envidiosos o agresivos, humanos y tiernos, infelices y desdichados pero también vanidosos y provocadores. Forman una jungla en la que las relaciones se entrecruzan, desde el optimismo de la carcajada, el exhibicionismo o la poética de perdedores. Todo tiene cabida en este curioso espectáculo.
    El feo título, Rock & clown es suficientemente explícito, porque todos ellos tocan instrumentos, también como el payaso tradicional, y lo hacen parodiando y rememorando viejos ritmos, por los que pasan de puntillas para no utilizar letras, puesto que, según la tradición circense, no emiten palabras, las cuales sustituyen por las imprescindibles onomatopeyas, o una rica gestualidad. Aquí lo importante es buscar la carcajada: desde el apolíneo al de la peluca postiza; del virtuoso y sorprendente percusionista al acróbata o malabarista que se burla de él mismo. Poseen, como los buenos payasos, excelente formación en sus respectivas habilidades, y trabajan con una conjunción magnífica.
    El espectáculo lo dirige Yllana, que es la compañía titular del teatro Alfil, y que no es la primera vez que produce sus propios componentes –los de 666, espectáculo muy celebrado-, y posee ese inequívoco estilo que la sala de la calle del Pez está imprimiendo a su programación para atraer sobre todo a un público joven. A las cualidades ya apuntadas, hay que añadir esa dirección muy conocedora de los lenguajes de la subversión y la trasgresión cómica, así como efectos escénicos sorprendentes. Algunos verdaderamente formidables –como los cambios en enanos de los actores, o la manipulación de “espontáneos” del público a los que manejan con un ingenio singular-, no siempre nuevos en Yllana y otros recurrentes un poco forzados –parece imprescindible en ellos el juego con los falos, que ya cansa-, pero el conjunto del espectáculo mantiene una muy alta calidad y consigue plenamente su propósito. Un teatro casi lleno, en día laborable, no de estreno cuando lo vimos, debió salir con dolor de estómago de tanto reír. Supongo que también los propios payasos, a los que se les nota que lo pasan bien con su trabajo.
Enrique Centeno

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