lunes, 12 de diciembre de 2011

Agosto (Condado de Osage) ****

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Autor: Tracy Letts.
Traducción: Ana Riera.
Versión: Luis García Montero.
Intérpretes: Amparo Baró, Sonsoles Benedicto, Alicia Borrachero,
Irene Escolar, Gabriel Garbisu, Antonio Gil, Carmen Machi,
Markos Marín, Miguel Palenzuela, Chema Ruiz, Clara Sanchis,
Marina Seresesky, Avel Vitón.
Escenografía: Max Glaencel.
Vestuario: Iluminación: Felipe Ramos.
Videoescena: Álvaro Luna.
Dirección: Gerardo Vera.
Teatro: Valle-Inclán (CNT). (7.12.2011)
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El fantasma americano

La primera frase de la obra es “¿Qué larga es la vida… T. S.  Eliot”. Es lo que  lee, en uno de sus numerosos libros, el ya viejo Beverly –lucimiento del actor Miguel Palenzuela- en sus largas referencias al suicidado poeta; el desencanto, la inaceptable frustración. Lo siguiente que oímos -en off-, es: ¡Hijo de puta…! , en el grito de su esposa, Violet.  Beverly aconsejó, y cedió sus libros a la inocente empleada, Johnna “India”, siempre presente  -perfecta Marina Seresesky-, y, tras su mutis, nunga más se el volvió a ver. Sabbremos, avanzada la representación, cuál fue su adivinado final.
El autor Tracy Letts (Tulsa (Condado de Osage, Oklahoma, 1965) anuncia enseguida  el drama realistaque se desarrollará en una vieja y descuidada casa de madera, familiar, con dos pisos y el sesván adaptado como habitación. Sin ventanas abiertas al exterior: es el encierro, el aislamiento. Aquí sucederán cinismos, mentiras y enfrentamientos, adorndos con un negro humor de rupturas, quizá inspirado en los temas de Eugene O'Neill -Largo viaje de un largo día hacia la noche- o del principal Tenneessee Williams (cómo no recordar también a La familia encantadora de Bliss, del británico Coward). 

Ha asistido al entierro toda la familia, procedente ”de aquí y de allá”: tres generaciones en las que  la única esperanza de la profunda america será Jean, de 14 años -sorprendente la increíble y jovencísima actriz Irene Escolar-, la nieta del avispero familiar. Son tres hijas –ocultemos alguna sorpresa-, la casada, la enamorada –Clara Sánchis y Borrachero, muy bien- y esa abeja reina, Barbara, que creará Carmen Machi.
Al regresar del pueblo, se ponen en marcha los aguijones. La hija enamorada, Ivy –muy bien Alicia Borrachero-, del supuesto y mucho más complicado  primo; el marido de Bárbara –ya lo diremos-, Bill, infiel y seductor con sus alumnas -siempre destacado Antonio Gil-; la casada menor –lo hace con inteligencia Clara Sanchis- que soporta a un marido – lo trabaja Gabriel Garbisu- capaz, nocturnamente, de aprovecharse de la  adolescente Jean; la tía de las hermanas, Mattie, gran observadora, que  en el ardiente agosto -un fantasma asfixiante de la casa- sabía bien lo que  ocurría -es la siempre admirada Sonsoles Benedicto-. Qué placer da escuchar a todos los magníficos intérpretes del reparto.
Fotografías de David Ruano
Palabras mayores son ya las de Amparo Baró -Violet-, a quien no veíamos hace tiempo fuera de las pantallitas. Una especie de Bernarda que, al quedar viuda, intenta mandar en la casa; que padece una cierta enfermedad mental, a veces llena de pastillas,  con palabras incorrectas,  y, en todo caso, hablando continuamente: le diagnosticó  su cansado marido un “cáncer de boca”. Ordena, exige, se opone o desprecia; tanto desde su cama, por las  escaleras, sujetándose a la barandilla, subiendo por allí a cuatro patas, como golpeando en la sala de estar: es toda la amargura que le impide liberarse del dolor. Baró hace un dramático personaje que pasa igual de la tragedia, la ironía o la desesperación, al amor perdido. Todo lo que le pidan.
Con la alta calidad de todos, es natural que se esperara ver de nuevo a Carmen Machi, continuamente en las tablas -quince años lleva-, y que se ha hecho conocer por la televisión. Es Bárbara, engañada y cansada del marido que decide divorciarse de ella. Fuerte, enérgica, es la voz alta capaz de dominar el carácter de todos. Lucha, incluso físicamente, y en los diálogos con la madre,  se enfrentan midiéndose mutuamente; hay momentos de apasionantes luchas. “¡Ahora mando yo aquí!  ¡Aquí mando yo!”, gritó ante la familia mientras se cierra el segundo acto. Pero no será así.
La arquitectura escenográfica del siempre creador Max Glaenze, con la sabia iluminación de Felipe Ramos, compone ese vetusto caserón en las horas agotadoras. Y en él hace Gerardo Vera quizá el mejor montaje que ha dirigido, cuidando con talento a los actores, el ritmo, los movimientos, las tensiones y juegos corales.  El texto le ha permitido un verdadero espectáculo.
Hacía mucho tiempo que no veíamos tantos aplausos finales, con el público en pie y entre bravos. Eso hicimos todos.
Enrique Centeno  

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