
La tragedia no es la tragedia, por mucho que nos pueda recordar los grandes monólogos, porque el clásico del antiguo griego crea y reflexiona sobre los grandes mitos. Aquí no hay un grito que nos interese. Nos es ajeno. No importa la bella escritura, ni sus personajes, sus encuentros más ajenos que la grandeza e incluso el tema en sí mismo.
En esta obra, la historia se salva gracias a la contemplación de sus dos actrices. Se gozan sus voces, sus cuerpos y sus rostros: son sus únicos talentos de la función, lo mismo que ofreció en aquella película el director. Aburre, como aburrió la dramática película. Insisto que vale la pena ver a esa Madre, Marisa Paredes, y a la Hija, Nuria Gallardo, formidable y asombrosa actriz para quedarse seco. Conoce bien al maestro José Carlos Plaza, pero el director no sabe qué hacer con tanto monólogo de voces y el desarrollo de estas dos personas. Las hace arrodillarse a una ante la otra. ¿Qué puede hacer si no? Aquí no hay nada que hacer. Que griten, que se arrastren, que nos lloren de lo que nada nos importa. Encima de un pobre escenario -elige Plaza su desnudez- que quiere enriquecer con la iluminación: esos focos, esos cenitales de círculos, con líneas de luz, buscando algo con vida, no es sino un estilo de reconocidos clásicos y tópicos de hace mil años que casi nos da risa. Aplaudimos por la fuerza de los intérpretes, incluyendo la de Chema Muñoz. No hay más que el efecto de ellos mismos.
Enrique Centeno_________________________________________
Autor: Ingmar Bergman
Intérpretes: Marisa Paredes, Nuria Gallardon, Chema Muñoz, Pilar Gil.
Escenografía: Francisco Leal.
Dirección: José Carlos Plaza.
Teatro de Bellas Artes. (11.9.2008)
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