sábado, 7 de noviembre de 2009

Johnny cogió su fusil ***

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Autor: Dalton Trumbo.
Adaptación de Antonio Álamo, Jesus Cracio.
Intérpretes: Sergio Otegi, Beatriz Bergamín,

Ramón Pons, Paca Mencía, Marcos Fernández.
Iluminación: Pilar Velasco.
Imágenes: Miguel González.
Dirección: Jesús Cracio.
Teatro: Sala Cuarta Pared. (18.1.2007)

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Sobre una cama del hospital, permanece un resto humano. Vendado y oculta su cabeza destrozada, apenas puede conseguir, en su esfuerzo, movimientos en Morse que envían un SOS. Pide que se le mate, pide su derecho a la muerte digna de su cuerpo, sin brazos, sin piernas, ni boca ni ojos. El espectáculo nos provoca una tensión cercana al dolor del soldado y de la guerra.
Con este Jhonny, después de la II Guerra Mundial –igual que ante la de Vietnam-, el escritor Dalton Trumbo (1905-1976) nos mostró a un humano apenas con el fragmento de su mente y el cerebro. Es el grito contra la guerra que el autor pasó al cine, como director, perseguido por la “caza de brujas” en Hollywood, como tantos otros creadores libres. Lo que provoca esta completa mutilación, es la necesaria deserción del ejército, del poder y de la patria: ninguno de sus dueños recordarán esos fragmentos, que sí pasan a la mente del espectador. También les ocurrió a quienes vieron la película, a comienzo de los años 70. Esta representación teatral es el diccionario necesario ante la guerra actual. Cada día vemos nuevas cifras de caídos del ejército -sus soldados, no los generales- y su envío a la batalla. Así lo vio Dalton Trumbo, y lo mismo ahora con al llamada Guerra del Golfo. Esos poderes prepararon las batallas, incluso se reunieron entre ellos –como aquellos tres, incluyendo a España-, en las Azores, para comenzar el ataque ante el pánico y la oposición de los pueblos.
Esta adaptación teatral permite una puesta en escena rica, muy cuidada e interesantísima sobre el pasado histórico –testimonio de Jhonny-, y la vuelta a nuestro calendario actual. Su director, Jesús Cracio, pinta un espacio doble: en primer término, la habitación del hospital, en cuya cama, entre aparatos electrónicos y entubado para mantener la respiración, está el muchacho; en el espacio posterior, elevado y lejano, se presentan -en proyecciones- sus recuerdos y sueños de amor, el paso por la batalla en los campos, barricadas y vuelos de bombardeos.
Escuchamos la voz del soldado en off –su pensamiento- y vemos escenas representadas con la novia y con Jhonny -lo hace muy bien Sergio Otegui-, en sus uniones y despedidas. El audiovisual nos se llega casi a ver. Parecen dos personajes, porque el actor da la impresión de haber salido desde la cama angustiosa. Se duplica el actor Ramón Pons en el Coronel y el Padre, con diferentes discursos políticos, militares o filosóficos, en un mítin de lecciones hacia el público. La variación es difícil, y el resultado no es completo. La enfermera es Beatriz Bergamín, una actriz frecuente con este director. También se dobla en la joven muchacha. Impresiona su ternura, sus propias lágrimas de dolor. En su atención, consigue encontrar el contacto, a través de comunicaciones en Morse, a las que obedece, dolorosamente, entregandole antes su cariño y su último placer sexual. Es otro sentimiento intenso el que nos llega. La estética busca el pasado de la batalla –en brillante pantalla- con el terminado ser en la cama, y todo ello consigue hacernos temblar ante este drama.
Enrique Centeno

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