domingo, 2 de agosto de 2009

Tito Andrónico *

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Autor: Wiliam Shakespeare.
Traducción: Salvador Oliva.
Intérpretes: Enric Benavent, Alfonso Vergara,
Fernando Cayo, Juan Ceacero, Julio Cortázar,
Elisabet Gelabert, Javier Gutiérrez, Tomás Pozzi,
Nathalie Poza, Alberto San Juan, Luis Zahera.
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan.
Iluminación: Dominique Borrini.
Dirección: Andrés Lima.
Teatro: El Matadero (Teatro Español). (30.7.2009)

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Nos han contado la historia de Tito Andrónico que se inventó Skakespeare. Es la más cruel y sangrienta tragedia de sus obras. No es que esperáramos en este montaje una calidad extraordinaria, pero no un disparate.
El espacio lo ocupa un círculo giratorio elevado –sin decorado-, en el que a veces se añaden brevísimos elementos. Los actores permanecen alrededor, y van accediendo en cada escena que les corresponde. Las vueltas del redondel sirven para mover las acciones, un incomprensible procedimiento en el que se les va girando en este carrusel. Los personajes visten unos uniformes negros, algunos trajes actuales incluyendo el frac. Da la impresión de que se representa un simple ensayo, quizá al que algún actor ha llegado tarde desde una fiesta. El violoncello lo interpreta una supuesta criada con cofia –Aurora Martín Arévalo-, que además se dirige al público para indicar que la mesa está servida; el brillante trompetista –Raúl Miguel- toca bajo una luz cenital con su correspondiente elegancia.
El inicio de la obra es el discurso del Emperador de Roma, interpretado por Javier Gutiérrez con voces agudas, molestas, que perturban el texto. Tras sus elogios y honores, ya anunciado, aparece entonces el triunfador general Tito Andrónico, con casco y coraza -sobre su ropa-, acompañado por su hermano, los hijos y, entre ellos, la vencida reina de los godos, Tamara, que interpreta correctamente Nathalie Poza. Con ella el esclavo y oculto amante Aarón, un moro con maquillaje similar al de Baltasar de los Reyes Magos, al que defiende el actor Fernando Cayo tal y como puede dentro de este reparto. Pero todos son arrastrados por quien se otorga representar al protagonista, Alberto San Juan. Está casi igual al comienzo que al final, con diálogos o monólogos rítmicos, punto tras punto en cada frase. Desde sus penas por la pérdida de numerosos hijos; de sus crímenes –incluyendo a uno de ellos-; el agotamiento pasando por su vejez; su encerramiento tras su mutilación, y una fingida locura que transformará a este General en un “magnífico” cocinero que horneó el más famoso pastel de la Historia.
Hay varias escenas en las que la fuerte brutalidad de Shakespeare alcanza un ambiente gore. Casi todo llega a las butacas como información sobre la tragedia, con algún momento enternecedor: la escandalosa violencia en el dolor y los llantos de Lavinia -sin manos y sin lengua-, que en su desesperación consigue escribir el nombre de los culpables sobre la arena, usando un palo entre sus brazos y su boca. El director, por cierto, lo cambia por un puñal.
La mayor parte de los actores, en este montaje no van más allá de una calidad simplemente discreta, quizá por la torpe dirección o porque esta tragedia son palabras mayores para voces menores. Sólo aparece una formidable interpretación, la del actor Enric Benavent en el papel de Marco Andrónico, el más inteligente personaje, testigo de las falsedades y crímenes.
De todo este trabajo se encarga Andrés Lima, conocido y respetado en otras obras con la Compañía Animalario, donde también ha dirigido o escrito, al igual que el actor Alberto San Juan. Se le ha ocurrido montar la función en la limpieza completa, pero el motor del círculo –quizá lo propone la escenógrafa, Beatriz San Juan- no da vida al mundo de este Tito Andrónico. Acciones en un tiovivo, un final que nos parece un estroboscopio.
Enrique Centeno

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