martes, 10 de marzo de 2009

El pintor de su deshonra **

Hace veintiún años se inició la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) con El médico de su honra. Confieso que en este primer montaje –fue estrenado en Buenos Aires- nos sorprendió que Marsillach comenzara con el conservador y más genial de nuesto teatro clásico. Las obras maestras de Calderón –también sonriente en los juegos de comedia-, eran las más defensoras de la Contrarreforma, poderes, honor, honra y sumisión, así como sus autos sacramentales en los pórticos de las iglesias. Y sin embargo, entendimos que el director intentaba conocer y mostrar la realidad histórica ante las grandes obras, con personajes arrepentidos cuya comprensión les concede el perdón a los crímenes del alma.
Este texto de El pintor de su deshonra, concluye con el arrepentimiento de Don Juan Roca –excelente Arturo Querejeta-, acusado por su crimen: “Esto que veis es un cuadro/ que ha dibujado con sangre/ el pintor de su deshonra”. A lo cual le responde la víctima: “…aunque mi sangre derrame/ más que ofendido, obligado/ me deja, y he de ampararle”. Calderón, sacerdote de la contrarreforma, hace perdonar, por su confesión, los pecados, incluido el asesinato. Ocurre lo mismo en el crimen, por su arrepentimiento ante el Rey, en el citado El médico de su honra: “Médico fui de mi honra;/ ahora tú mi ciencia aplaca”. Perdones que Calderón acepta y defiende, la confesión salva siempre cualquier pecado cometido: aquella moral castigaba duramente los conceptos de la dignidad, el honor, la traición o la fidelidad; para nosotros el horror de nuestro barroco. Nos ayuda así a reflexionar sobre la moralidad del XVII.

El vestuario –de Pedro Moreno- es, probablemente, lo más hermoso de esta representación. Riqueza, fantasía, sin necesidad de alejarse de la época, un agradecimiento para el disfrute. En la otra orilla, el decorado se hunde, y vemos los cuadros y los pinceles, en arpilleras de brochas enmarcadas. Se varían las direcciones para diferenciar los distintos actos. Da la impresión de que la escenografía y el vestuario no se han puesto de acuerdo, no han hablado ni siquiera por teléfono. Es frecuente este estilo utilizado por la CNTC en su programación, en el que prefiere romper el tiempo, incluso utilizando decorados inexplicables.
En el último acto, se ha creado un final verdaderamente formidable: cómicos de un pecador carnaval que actúan, ante la gran y preciosa pintura, con vestuarios y disfraces de máscaras. Un lienzo clásico representa un paisaje marino. Un fantástico montaje de la fiesta, con una evidente influencia veneciana.
El reparto lo forman excelentes actores. Los conocemos muy bien, pero en esta función no alcanzan mucho más que el listón. Se dicen bien los textos, pero ausentan la versificación, porque se prefiere ocultar o huir de ella, sea por dificultades o, acaso, por un responsable del asesoramiento del verso. En algunos casos, insuficientes vocalizaciones, tonos que nos hacen imposible entender: es el caso más grave de la propia protagonista. Cada cual lo hace como puede, con su sabio conocimiento. Eduardo Vasco demuestra una regularidad en sus montajes. Además, a nuestro teatro clásico no le gustan los muebles ni la utilería; le place sentar o echar al suelo a cualquier personaje social; y cosas así.
Enrique Centeno
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Autor: Calderón de la Barca. Versión, Pérez Sierra.
Intérpretes: Francisco Merino, Arturo Querejeta,

Eva Trancón, José Ramóm Iglesias, Muriel Sánchez,
José Vicente Ramos, María Álvarez, Didier Otaola, Nuria Mencía,
Daniel Albaladejo, Fernando Sandino, Ángel Ramón Jiménez, Sánchez Ruiz.
Música: Martín Marais / Alba Freso.
Músicos: Aghata René (Viola), Mª Mercedes Torres (Clave), Alba Fresno).
Vestuario y máscaras: Pedro Moreno.
Escenografía: Carolina González.
Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: Pavón (CNTC) (2.3.2008).
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