miércoles, 13 de abril de 2011

El jardín de las delicias ***

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Autor: Fernando Arrabal.

Intérpretes: Angels Jiménez, Arturo Bernal, Mercé Rovira,
Carlos Domingo.
Escenografía y vestuario: Curtidores de Teatro.
Vídeo: Eduardo López.
Dirección: Rosario Ruiz Rodgers.
Teatro: Cuarta Pared. (8.4.2010)
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Finge enfadarse Fernando Arrabal porque los teatros de todo el mundo representen continuamente su Pic nic, cuarenta años después de su estreno. Como es habitual, porque todos los reconocidos escritores afirman que la primera que les lanzó es la más débil de sus obras: lo hacen siempre para ayudar a sus posteriores títulos. Hasta Buero Vallejo nos dijo que Historia de una escalera -maestra y revolucionaria del realismo-, no fue una gran obra al lado de los dramas posteriores; quería proteger a sus siguientes creaciones, y casi le ofendía que habláramos siempre de aquel Premio Nacional que hizo temblar nuestros escenarios. En sus palabras, Arrabal no ha querido decir claramente que aquel título mencionado -de 1962-, antibelicista, se contrasta aún con supuestos modernos o progresistas sin valor. La verdad es que su inteligente cinismo e ironía nos provocaban aplausos. (Lo que nunca dice, tal vez por desconocimiento, es que apenas dos años después de su estreno en París, Pic nic sí fue representada -piratamente-, en la universidad –en la de Madrid-, al igual que Oración. Bien que lo sabemos con nuestro parche en el ojo).
    Lo que podemos ahora ver es otra de sus primeras etapas, El jardín de las delicias, de 1967. Debió nuestro escritor contemplar durante horas el tríptico de El Bosco –sería en una reproducción, puesto que no pudo ver el original en El Prado hasta su regreso a España después de la muerte de Franco. El espacio del escenario separa dos lugares.
    Al comenzar la función, una famosa actriz, cantante -Lais-, desde su decadente salón regresará al pasado a través de una entrevista concedida por teléfono. Recurso que, por cierto, nos parece demasiado simplista. Ya esperábamos las fantasías, las provocaciones o dramas de Arrabal sobre sus personajes femeninos. (Su último estreno entre nosotros (2002) fue el de la estremecedora madre que en un monólogo –lo hizo nada menos que María Jesús Valdés- va leyendo la Carta de amor (Como un suplicio chino). Visiones o recuerdos que vuelan desde su casa hasta la infancia y adolescencia. Declara su preferencia por la soledad y que quienes le acompañan son sus mimadas ovejas –las vemos en escena con una divertidísima presencia- y un sátiro mítico –Zenón- entre humano y animal, en rupturas eróticas y violentas que nos hace adivinar su definitiva transformación. Ya estamos en la creación del Teatro Pánico, junto al maldito Artaud o a Breton.
    Su pasada juventud se sitúa en un espacio adjunto, que, con un sencillo y eficaz arco gótico señala aquel asilo de monjas en el que se educó Lais junto a su amiga Miherca. Bajo su encierro, aprendieron a escaparse por las noches hacia el bosque, y allí aparece un extraño personaje, Teloc, que seduce bajo sus músicas de trompeta: prometedor, mago o demonio de los pecados. Un cuento maldito donde los episodios van y vienen de un escenario a otro entre vuelo de imágenes proyectadas de inexistente aves, monstruos o insectos extraños, inspirándose el autor en las pinturas de El Bosco.
    Son expresiones sonámbulas, pesadillas, desesperaciones o plásticas de fantasía. Cada cual podrá entender, comprender o traducir esta poesía pánica. Entusiasmará o no, este espectáculo de El jardín de las delicias, pero es imposible no reconocer y admirar la atracción, el juego, la riqueza idiomática, la ruptura y la explosión. Imposible confundir la creación de Arrabal.
A mí me envolvió esta función con un trabajo inteligentísimo de la directora Rosario Ruiz Rodgers, y la limpia escenografía, así como las proyecciones. Y viene ahora la interpretación: cuatro actores que luchan y consiguen dar fuerza a los difíciles personajes. Angels Jiménez hace genialmente a esta Lais entre la presunción, el orgullo y su defensa de ataques, como una virgen que volverá al huevo de una nueva vida. La enloquecida amiga, Miharca, sádica y envidiosa, lo hace apasionadamente, magnética, la actriz Mercé Rovira. Es ese mono humano el personaje más disparatado, que Arturo Bernal muestra con físico circense entre pasiones y enamoramientos dentro de su jaula y libre para transformarse en el ascenso con Lais. Carlos Domingo camina de puntas, estrafalario y con la crueldad del Dios o del conductor hacia el infierno. Son seres de pánico, de terror y de pasión barriendo un mundo de sueños, un universo de danzas hirientes o atrapadoras.
Enrique Centeno

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