domingo, 20 de septiembre de 2009

La casa de Bernarda Alba ****

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Autor: Federico García Lorca.
Intérpretes: Nuria Espert, Rosa María Sardá, Teresa Lozano,

Rosa Vila, Marta Marco, Nora Navas, Rebeca Valls,
Almudena Lomba, Tilda Espulga, Marta Martorell
Montse Morillo, Bárbara Mestanzas.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Isidre Punés.
Iluminación: María Domènech.
Dirección: Lluís Pasqual.
Teatro Español. (4.9.20o9)
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El público se sitúa a uno y otro lado del escenario. Un espacio rectangular, abierto, cuyos laterales se cubren con telones de malla opaca, que permiten ver todo el interior blanco, como la construcción escenográfica en la que se izarán en diferentes momentos, y descenderán tras el primer cuadro. La mitad del público frente a la otra mitad produce una cierta inquietud ya en la espera del inicio. Seguro que todos pendientes de esta función situada en un mundo ajeno; un testimonio. Es el drama de García Lorca más repetido –en el Centro Dramático Nacional, en 1998; más recientes en El Español, en 2006, o en 2007 en el Centro Cultural de la Villa de Madrid-, pero se acude a este estreno sabiendo que algo valioso va a ofrecer Lluís Pasqual, uno de nuestros grandes directores. Ya sabemos que bien conoce a LorcaEl público, Comedia sin público-, y que ahora se propone poner en escena La casa de Bernarda Alba, tradicionalmente situada en la Andalucía profunda. ¿Cómo lo hará este catalán? Nada de eso, ni falta que hace. Nuestro poeta lo denominó Drama de mujeres en los pueblos de España sin que quisiera situarlo en sus tierras. Pasqual no lo ha llevado allí; ni aquí. Ha obedecido a los vestidos negros que contrastan con las paredes blancas laterales -con una iluminación deslumbrante de María Doménech-, con claras baldosas, frías como lo es La casa, y un techado telón movible bajo los soles, embalando completamente a sus mujeres en una escenografía que ha creado Paco Azorín.
La represión y el encierro de las mujeres en el retablo de La casa de Bernarda Alba lo escribió García Lorca dos meses antes de su asesinato -19 de agosto, 1936-, y no se conoció hasta 1945, estrenándolo Margarita Xirgu cuatro años después. Comienza la función con la casa vacía, solo con La Criada limpiando -lo interpreta muy bien Tilda Espulga-, que rumia su celebración de la muerte del amo. Entrará a escena Poncia, servidora unida a la familia. Se va llenando la habitación con un hormiguero de mujeres tras el responso en la Iglesia.
La hija mayor –treinta y nueve años, hijastra del fallecido “Antonio María Benavides”- es Angustia,

una uva pasa y áspera del racimo de Bernarda -estupendamente Rosa Vila-, con la obsesión por casarse con un repetido e invisible “Pepe Romano”. La actriz Marta Marco crea muy bien a Magdalena, la segunda de la familia, sumisamente colgada en el racimo. El personaje de Amelia, de veintisiete años, lo hace Nora Navas, con la ternura de un ser tímido que declarara: “No sabe una si es mejor tener novio o no tenerlo”. La uva amarga es Martirio -su nombre ayuda, como en las demás-, frustrada por haberle sido prohibido relacionarse con mozo -lo borda Rebeca Valls-; Adela, a sus veinte años, se enfrentará a la represión y el castigo, con amante nocturno -del famoso Romano, entre cajas y mudo-, un vino dulce que terminó con la tragedia y lo hace maravillosamente Almudena Lomba. Y María Josefa es esa abuela considerada loca y encerrada en su habitación. Consigue salir a escena un par de veces, agarrada a su esperanza de salir fuera, de huir de esa casa y tener una hija nueva. Una preciosa fantasía de Lorca: como a un bebé, aprieta entre sus brazos el tierno cachorro de una oveja, que bien lo dice en unos versos dolorosos: Bernarda,/ cara de leopardo,/ Magdalena,/ cara de hiena/ (…). El personaje, brillante, siempre es encarga a una buena actriz, que en esta ocasión lo consigue estupendamente Teresa Lozano.
En el Primer Acto, con vestidos negros contra el blanco tapiz, rezan y susurran en sus sillas las siniestras mujeres. Ya se conocía a Poncia, y nos faltaba Bernarda, la cepa salada. Entró junto a las hijas, erguida, mirando –efectivamente como un leopardo-, asida a su bastón de mando y de golpes. Dictó su primera frase: ¡Silencio! ; Tribunal Inquisitorio de las cinco. Es el esperado enfrentamiento entre Bernarda y Poncia: Nuria Espert y Rosa María Sardá. Ésta con voz grave y ojos de aguas; ella con palabras agudas. Las dos formarán en sus diálogos un apasionante concierto del do-re-miSardá- y del fa-sol-la - Espert-; Poncia, voces bajas y miradas abiertas, y Espert, altas y rabiosas, a veces con la furia que lleva hasta dentro. Empezó Bernarda con la orden que hemos citado; la última frase en el oscuro final, la mastica temblando sus labios, tiritando por dentro su cuerpo, la casa y hasta las butacas tras el suicidio: ¡Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!. Rosa María Sardá siempre mira con sus abiertos ojos.
A Espert se le recuerda en el más famoso e histórico espectáculo de Lorca, Yerma , inolvidable en el Teatro de La Comedia (1971) -montaje de Víctor García (1936-1982), y hace poco, con textos del poeta y con Pasqual-. Por su parte, Sardá fue dirigida también por él en Madre Coraje, de Brecht, cuya creación será también inolvidable, desde aquel 1986. No sabía el público cómo cesar de aplaudir en pie cuando terminó la obra. A ellas y a Lluís Pasqual, dueño de la casa de Bernarda.
Enrique Centeno

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