domingo, 5 de septiembre de 2010

Homenaje a los muertos ***

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Autor: Eusebio Colonge.
Intérpretes: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos,
Francisco Sánchez, Fernando Hernández,
Ana López, María Duarte, Ana Oliva.
Espacio escénico y dirección: Paco de la Zaranda.
Compañía La Zaranda.
Teatro Español. (8.9.2005)
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Como en su trilogía compulsiva (que iniciaron con aquel Vinagre de Jerez, en 1989), la compañía La Zaranda Inestable de Andalucía Baja, trae de nuevo, en su personal creación, este llanto que siempre le rodea y que nos hace mirar. Quizá nos piden que Perdonen la tristeza (1992), porque nos enseñan la Obra póstuma (1995), y según cada paisaje, miran Cuando la vida eterna se acaba (1997), se cruza por La puerta estrecha (2000) donde Ni sombra de lo que fuimos (2002) nos encontramos allá. Lo que nos sucede en los montajes de esta compañía es este orden, gracias al singular escritor, Gaspar Campuzano, y la puesta en escena del actor Francisco Sánchez –que conocemos como “Paco, el de la Zaranda”-, y que me perdonen por haber utilizado aquí, en cursiva, sus títulos que hemos ido viendo.
    El estilo y la versión de esta compañía es siempre buscada en ajenos de quien recordamos algunas ideas, con imágenes personales, no necesariamente comparables con el polaco Kantor o con La Cuadra, de Salvador Távora. Obligación de aceptar influencias o similitudes de cualquier parte, siempre para demostrar sus conocimientos. Pero en este Homenaje a los malditos, se trata un nuevo tema: el final y los recuerdos amargos que siempre suelen existir entre los grande escritores que, frecuentemente, se fueron del mundo en la miseria, olvidados y después aprovechados por los oportunistas. Son así, sin citar directamente a los homenajeados por quienes fueron miserables, los perdidos como Valle-Inclan, Pío Baroja, Bécquer o tantos otros.
    Y se utiliza el voltaje habitual, siempre en su lenguaje andaluz, ahora fuera del mundo rural, para pasar a este café tabernero de reuniones y charlas, vestidos en sus trajes polvorientos en la sociedad de los espejos deformantes que cantó Valle o convertidos todos en guiñapos: los muertos abandonados en sus textos y en sus músicas de la Semana Santa. Quizá algún espectador reconoce en su interior que admitió ese homenaje de miserias, en lugar de no removerlas. Otros gozarán porque aquí se acusa y se recuerda tantas cosas perdidas.
    La Zaranda, como es habitual, enseña su alto nivel.
Enrique Centeno

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