domingo, 1 de mayo de 2011

Paseando a Miss Daisy ***

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Autor: Alfred Uhry.
Versión de Antxon Oarrea.
Intérpretes: Amparo Rivelles, Mario Vedoya,
Ildefonso Tamayo.
Música: Yann Díez Doizy.
Escenografía: Joan Berrondo.
Iluminacón: Quico Gutiérrez.
Direccón: Luis Olmos.
Teatro: La Latina. (31.1.2002)
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Ñoño, pero magnífico espectácuo


Rezongona y tacaña, como corresponde al estereotipo judío, la setentona Miss Daisy no se resigna a pagar un chofer por más que el hijo se lo imponga. Aun así, llegará a la casa el empleado, de raza negra, también talludito y con el mismo genio. Lo que hace el autor es establecer entre ellos una relación de premeditada y fingida frialdad, casi de enemistad, aunque todos sepamos que, en el fondo, la ternura entre ambos va agrandándose a medida que pasan los años.
    En ese duelo dialéctico entre los dos personajes es donde reside el formidable texto. Con ese aire de cierta cursilería muy norteamericano, aquí además entre el conductor negro y la acomodada judía. Juegos de diálogos muy ocurrentes, en los que la socarronería, la ironía, la burla y la paradoja procuran una permanente sonrisa.
    Es producción arriesgada, porque fue pasada al cine, con su mismo título de Paseando a Miss Daisy, con enorme éxito, y cuya obra transcurre en el propio automóvil. Pero escénicamente se ha resuelto con mucha gracia, con una bella estética: transparencias digitalizadas y un “coche” desnudo y la presencia importantísima de los actores. Ella, la falsa antipática cargada de dulzura, es Amparo Rivelles. Su trabajo es absolutamente estelar, otorgando a Miss Daisy los poliédricos matices de falsa maldad, de afectos, de refunfuños disimulados. Junto a ella, un actor de enorme talla, el cubano Ildefonso Tamayo, que hace, igualmente, un trabajo impecable, una excelente creación para no desmerecer junto a la gran Rivelles. Como está también brillante y divertido Mario Vedoya en el personaje del hijo. Lo dirige todo ello Luis Olmos, que sabe mucho de coreografía y de estética, y que en esta ocasión ha aportado, además, una sensibilidad imprescindible. Espectáculo, pues, de perfecto acabado, algo ñoño en su contenido, lejano a nosotros, pero que se ve con placer y se disfruta.
Enrique Centeno

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