miércoles, 19 de agosto de 2009

Amor de Don Perlimplín *

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Autor: García Lorca. (Adaptación, con Valle-Inclán
y palabras de Yoichi Tajiri)
Compañía Ksec Act. (Nagoya, Japón)
Dirección: Kei Jinguji.
Teatro: La Abadía. (20.9.2006)

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Una adaptación de esta compañía japonesa, que consiste en romper el original incluyendo parte de la tragedia de Ligazón, de Valle-Inclán, y textos añadidos. Desean entremezclar el Amor de Don Perlimplín con hechos que escribió Lorca, acerca de este viejo soñador –realmente, este tipo de personaje es ya clásico, desde Calderón y Cervantes-. Así se anuncia el comienzo, descubriendo las “noticias” o crónicas, en una sábana de hojas de prensa, cuyas páginas se estrujan, como un telón caído de las noticias o acontecimientos de la dulce aleluya del Amor: como si se tratara en la inspiración de Lorca de los dramas de Bodas de sangre o de Yerma.
Este comienzo es de fuerza expresiva en un diminuto interior cerrado en un cubo metálico. Dentro, se ven elementos de atrezos y utilerías con muebles viejos, el camastro, el sucio lavabo con desastroso retrete, colgadores caídos con el reloj abandonado y detenido. Allí están los personajes con vestuarios decadentes, con maquillajes o máscaras blancas. Con voces cercanas al teatro japonés, pero deformadas en un manicomio de frías vigas. La compañía japonesa, Ksec Act, no trata una pintura, sino el expresionismo -algo cercano a Kantor-, de los amores a Belisa; y muñecos que conviven con los actores. El título completo de la obra de García Lorca es Amor de Don Perlimplín con Belisa en su Jardín.La noche en las tinieblas de una pasión imposible, la tragedia del suicidio en una estremecedora última escena; en este montaje no habrá jardín, ni la belleza poética de un palacio japonés. Lorca llama a su drama Aleluya erótica en cuatro cuadros y un prólogo, estampas de colores rojos y azules, sueños y tragedias entre el amor y la imposibilidad: “Sí?/ Sí/ ¿Pero por qué sí?/ Pues porque sí./ ¿Y si yo te dijera que no?” El conocido diálogo que inicia la reconocida obra, entre Perlimplín y su criada Marcolfa, marca ya el juego poético del drama, entre versos de lamento, casi infantil, ante los espectadores aniñados. No es posible, entre basurero escenográfico, con voces deformadas, crímenes con tijera –el robo a la de Valle-Inclán-, o con esta Marcolfa celestina. Imposible dar la fuerza final de la criada, tomando al cadáver: “Don Perlimplín, duerme tranquilo… ¿La estás oyendo?”. Si no, el público tendrá pesadillas en lugar del amor y su erotismo.
Enrique Centeno

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