jueves, 30 de diciembre de 2010

Sainetes ***

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Autor: Ramón de la Cruz.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Intérpretes: Cecilia Solaguren, Carlos Talavera, Natalia Hernández,
Rosa Savoini, Victoria Teijeiro, Ivana Heredia, Iñaki Rikaste, Carles
Moreu, Mª Jesús Llorente, Carmen Gutiérrez, Jorge Martín, David
Lorente, Susana Hernández, José Luis Alcobendas, José Luis Patiño,
Eduardo Mayo.
Música: Alicia Lázaro.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Vestuario: Javier Artiñano.
Escenografía: José Luis Raymond.
Teatro: Pavón (CNTC). (25.4.2006)
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Hace mucho tiempo que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) no era capaz de sorprender ni de entusiasmar. Queríamos, simplemente, que mostraran a nuestros autores reconociéndolos. Porque siempre vienen sembrando el desinterés: da igual Calderón, Lope, Rojas, Zorrilla, Guillén, o hasta el sufrido Cervantes; por citar ejemplos. Son los inválidos que impiden conocer, examinar y juzgar aquellas épocas. No se nos quiere mostrar el barroquismo en sus ambientes o vestuarios, sin estética e incluso con ropas de Zara o de Adolfo Domínguez. A muchas representaciones acuden casi exclusivamente profesores con sus alumnos del instituto, y luego llegan al aula y tienen que volver a explicar la cultura de nuestros clásicos.
    Bienvenido sea don Ramón de la Cruz, aunque no pertenezca al Siglo de Oro (Madrid, 1731-1794): hace algún tiempo la CNTC ya montó algún título del XVIII. Podemos conocer así sus Sainetes, juegos breves, a veces de humor y en otros casos semidramáticos surgidos de sus propia observación. Confieso que desconozco cuántos años hace que no se han puesto en escena. Se hacen con frecuencia los breves entremeses –Cervantes, Calderón o los Pasos de Lope de Rueda-, pero los sainetes se conocen más a través de sus lecturas.
    Ernesto Caballero ha enlazado cuatro de las piezas, creando una supuesta compañía de cómicos que, entre sus ensayos generales, intercambian ocurrencias y bromas con versos muy bien imitados a los de Ramón de la Cruz. La primera es La ridícula embarazada, burla crítica en un estilo similar al de Goldoni - muy amado por este director-, y al del propio Molière en Las preciosas ridículas. Estampas ricas que contemplamos sobre una formidable escenografía de Raymond y el precioso vestuario de Artiñano.
Se continúa con El almacén de novias y La república de las mujeres, de nuevo en su estilo popular y con la lealtad crítica a sus paisanos. Para el cierre, se ha elegido la más prestigiosa, Manolo, que el autor calificó como Tragedia para reír y sainete para llorar, situándolo en el madrileño barrio de Lavapiés. Lo buscó así Caballero, para hacer una especie del esperpento de Valle-Inclán y del Teatro furioso de Francisco Nieva. En este caso, tanto la interpretación como el singular decorado –entre el realismo, desde la boca del túnel a la taberna de un aguafuerte goyesco-, crean una transformación completa de los anteriores sainetes, siempre con el obedecido texto.
    El espectáculo cuenta con un reparto brillante –no se puede resistir, al menos, citar a David Lorente-, poco abundante en los repartos anteriores. Lo consiguen a pesar de las eternas dificultades del verso, que les lleva a la torpeza, perdidos en los diálogos, según les ha marcado el “asesor de versos”. Hay algunas incorrecciones en los textos femeninos con las que deben luchar las actrices, así como en los momentos cantados: hacen también coplas, típicas o populares, bajo la agradable música del cuarteto clásico,con arreglos muy libres de Alicia Lázaro. Ellas se esfuerzan con locura para sus tonos altos, sus ritmos, y hasta con la calidad de una soprano.
   Ya se indicó que el espectáculo es de una altísima calidad, uno de los mejores montajes de la CNTC.
Enrique Centeno

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