jueves, 11 de marzo de 2010

Por el placer de volver a verla *

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Autor: Michel Tremblay.
Traducción: Pablo Rey.

Versión española: Solá, Oteyza y González Gil.
Intérpretes: Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza.
Dirección: Manuel González.
Teatro: Amaya. (8.3.2010)
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Ha querido el autor Michel Tremblay convertirse en el personaje de esta comedia. Será también él mismo quien explicará su sentido escénico. Comienza con un discurso –una exhibición actoral- en el que intenta romper los estilos y temas de la historia teatral, mencionando a autores, o citando frases entre títulos tradicionales y contemporáneos. Él afirma que ha llegado a ser un maestro para enamorar, entre juergas y sonrisas, reaccionarias con jácaras de diversión. Ha descubierto que el teatro debe contar situaciones comunes sin decorados, solo con actores hacia las comedias divertidas. Lo demás sería inútil. Lo que no llega a decir es que su invento es el más antiguo sistema de los espectáculos de textos baratos. Es una conferencia graciosa, que sin duda entusiasmará a un público aficionado al tradicionalismo. Al personaje de Tremblay le da risa Shakespeare, Chéjov o Beckett. Prefiere dar lecciones sobre un estilo similar al de Alfonso Paso, Alonso Millán o Paco Martínez Soria, mucho más divertidos que este autor canadiense. (Su estreno anterior -10.4.2008 v. en el blog- pasó por el Teatro Español).
    Cuando sube el telón, veremos ya a la madre –Blanca Oteyza, estupenda- y al hijo –Migua Ángel Solá-, cuyo actor retrata al protagonista a sus tres años de edad. Es un ser ya inteligentísimo y desobediente que se permite oponerse a la cultura clásica de su madre. En cada tres partes de la obra se bajará el telón y, ante él, de nuevo hablará al público como un humorista de show. El brillantísimo actor, argentino, busca las carcajadas durante toda la obra, aprovecha y explota el lenguaje argentino, con esa riqueza que todos admiramos. Miguel Ángel Solá casi lo agota, pero muestra una interpretación formidable. Capaz de llegar hasta la autobiografía del autor, presuntuoso, desde la infancia y la adolescencia hasta convertirse en un escritor a los treinta y tantos años. Finalmente, el comediante crea una escena melodramática con una fantasía -lo que él atacaba- desde el amor y la vida junto a la muerte de su madre: Por el placer de volver a verla. Y durante unos momentos, la resucita felizmente. Ya había anunciado, en el discurso inicial, que el teatro jamás tiene que terminar mal.
    Al salir del teatro, en la siguiente esquina ya no comentábamos nada sobre esta comedia.
Enrique Centeno

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