martes, 5 de abril de 2011

23 centímetros

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Autores: Carles Alberola y Roberto García
Intérpretes: Pedro Mari Sánchez, Isabel Serrano,
Teté Delgado, Ana Labordeta, Vicente Díez.
Escenografía y vestuario: Montse Amenós.
Dirección: Josep Maria Mestres.
Teatro: Reina Victoria. (136.2002)
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Lo viejo y lo moderno  *


Ya se figurará el lector a qué se refieren esos 23 centímetros del título de esta última obra del admirado Carles Alberola, cuyo texto ha escrito en colaboración con Roberto García. Quien posee esa dimensión es Óscar (Pedro Mari Sánchez), circunstancia que aprovecha para montar, junto con su esposa (Isabel Serrano), un suculento negocio de prostitución. Luego aparecen personajes objeto de empresa, como una ninfómana, (Teté Delgado), una frustrada muchacha a la que le falta una pierna (Ana Labordeta), o su propio secretario, que en realidad es homosexual y piensa, en un equívoco, que va a tirárselo (Vicente Díez). Como se ve, eso que suele llamarse trama, no puede ser más vulgar, de modo que lo que se espera, ya desde el comienzo, es muy poca cosa.
    Unas horas antes de este estreno había participado el crítico en una mesa redonda con Leo Basi, José Luis Coll, Pepe Viyuela y Juan Margallo, sobre la función de los cómicos en la sociedad. Abrimos así unos debates con motivo del Festival Internacional de Humor que organiza el teatro Alfil, de Madrid: toda la polémica se centró entre el humor blanco y el que miraba hacia fuera, hacia el mundo en el que vivimos. El teatro de la risa comprometida y el de la carcajada simple. Y héte aquí que a continuación se nos presenta, por creadores excelentes, ese humor de tufillo rancio, que quisiera ser como el de Woody Allen pero que no supera al de Tono y Mihura excepto en alguna mayor procacidad verbal. Se trata de un texto leve, frívolo, que no conduce a ningún sitio y que nos devuelve la memoria del viejo humor que no abre las ventanas al exterior, que no nos cuenta lo que de verdad nos ocurre para que nos convenzamos de que el cómico puede tener, efectivamente, una función social y no pasar por un eterno estúpido.
    Cuánto talento desperdiciado, Dios. Porque hay una ingeniosa escenografía, una dirección muy creativa y una interpretación impecable por parte de todos. Mucho arroz para tan poco pollo. Lo que quizá molesta más al espectador consciente es esta regresión a los terrenos del teatro de comedia casposa. Por favor, ¿también vosotros?
Enrique Centeno



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