sábado, 19 de junio de 2010

Electra **

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Autor: Benito Pérez Galdós.
Adaptación: Francisco Nieva.
Intérpretes:Sara Casasnovas, Miguel Hermoso Arnao,
Maru Valdivielso, Sergio Otegui, Antonio Valero, Pep Molina,
Chema Muñoz, Luifer Rodrígues, José Conde, Isabel Prinz,
Irma Correa, Antonio Requena, Mari Carmen Sánchez,
Marta Gómez.
Escenigrafía: Alfonso Barajas.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Videoescena: Álvaro Luna.
Vestuario: María González.
Música: Óscar Reig.
Dirección: Ferran Madico.
Teatro: Español. (11.6.2010)
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    No llega casi nunca a las escenas el teatro de Benito Pérez Galdós (1843-1920), aunque sí adaptaciones de sus más famosas novelas, tales como El abuelo –se tituló La duda- (2007), Fortunata y Jacinta (1994), o Tristana (1993), que se pasaron también al cine. El propio autor trasladó al teatro varias de sus novelas. (Es ya histórico el impresionante espectáculo de Misericordia (1972) en la adaptación del desaparecido Alfredo Mañas).
     Electra –una alusión al personaje mítico- fue estrenada en 1902, con noticias de que causó un fuerte escándalo en el que Galdós, en su realismo, acusaba a una sociedad falsa, intolerante y conservadora. Se trata de una joven que, hija “ilegal” y huérfana, fue educada en un convento y, finalmente, a sus 18 años, recogida –y reprimida- en el palacio aristócrata por la hermana de su madre, Evarista. Anda por esos lujosos salones el esposo marqués, Don Urbano García Yuste - ambos muy bien interpretados por Maru Valdivielso y Sergio Otegui-, y van apareciendo numerosos personajes, como el asesor espiritual –Don Salvador -con el formidable, como siempre, Antonio Valero-, o el más apasionante científico, el sobrino Máximo, joven viudo que mantendrá con la inquieta Electra interesantes y cariñosas conversaciones en el laboratorio donde busca el progreso. El enfrentamiento que crea Galdós entre Don Salvador y  Máximo, es su bien conocida -y agradecida- irreligiosidad y liberalidad.
     Hay, desde luego, un reparto más amplio, personajes siempre interesantes y que, sin excepción, cumplen brillantísimamente todos los actores. ¿Y Electra, el personaje central? A la encerrada doncella, desde su inicio en el palacio, la contemplaremos en su inocencia y desconocimiento de la sociedad; acabará envuelta después en el blanco hábito de un nuevo convento al que es enviada. Sufre, rompe, sueña y huye del crucifijo revolviéndose contra la represión. Apasionante y muy difícil personaje, la actriz Sara Casasnovas –es la segunda vez que pisa las tablas- tiene que estremecerse, lo consigue durante toda una primera parte de la obra, y con falsedad se le escapa la tragedia de Electra; una eficaz dinamo, con cierta luz pero sin electricidad.
      Es una obra humanística, social, ya en su momento algo forzada y que hoy lo vemos como un melodrama cercano al folletín. En esta adaptación de Electra, Francisco Nieva ha hecho todo lo que le ha dado la gana: cortes por allí y por aquí, desorden de los actos, o introducción de textos propios. Incorpora efectos sórdidos, coreografías ajenas a la acción, formando retablos con ese caracterizado barroquismo y el estilo de su Teatro Furioso o de farsa y calamidad. Ojos ciegos cubiertos de vendas: enfrentamientos a arañazos de gatos o tigres, o profesiones de arrodillados cristianos. Nos parecieron verdaderamente horrorosos. Nuestro admirado escritor fue sacado a saludar, le colocaron en el centro del escario, y allí el público apasionado le aplaudió durante muchísimo tiempo; retrocedió, volvieron a dejarle en el centro, avanzó con sus brazos alzados, y volvió a ser el gran triunfador. Dos orejas y el rabo.
    Ha dirigido muy bien las acciones Ferran Madrico en una curiosa escenografía de Alfonso Barajas, con un ángulo de paneles cuyo vértice permite un estrecho paso. Sobre estas pantallas van apareciendo, progresivamente, las imágenes de los diferentes lugares, en un videoescenario potente, de salones con techos, el laboratorio o el convento, que ha realizado Álvaro Luna. Se une a estos efectos la habitual sabiduría del iluminador Juan Gómez Cornejo, todo ello sobre el perfecto vestuario de María González. Con estos elementos, y especialmente con la admirable interpretación de todo el conjunto, se consigue un buen espectáculo.
Enrique Centeno

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