viernes, 21 de agosto de 2009

Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny ****

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Autores: Bertolt Brecht, Kurt Weill.Traducción: Feliu Formosa.
Intérpretes: Constantino Romero, Pedro Pomares,
Teresa Vallicrosa, Mónica López, Antoni Comas,
Ricardo Pérez, Xavier Fernández, Abel García,
Enrique R. del Portal, Mª Jesús Comerón, Silvia Luchetti,
María Circi, Goane Marckinez, Silvia Martín,
Roman Portalés, Francisco Carvalho, Francisco Pi Galasso,
Antonio Queimadelos, Paul Michel Tisseierre y otros.
Vestuario: Antonio Belart.
Escenografía: Jean-Guy Lecat.

Iluminación: Javier Aguirresarobe y José Miguel López.
Dirección musical: Manuel Gas.
Dirección escénica : Mario Gas.
Teatro: El Matadero. (28.6.2007)
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En los últimos años, el viejo Matadero había deseado convertirse en un gran espacio de las Naves del Arte. Hoy lo es ya, y lo recibimos con entusiasmo. No son acontecimientos frecuentes: muy cerca de la nave de Animales, en el mismo Legazpi -todo el centro de los antiguos Mercados- se encontraba destruido también el Mercado de Frutas. Un lugar muy amplio, en el que se representó alguna obra salvaje. Fue hace más de veinte años -1984- cuando aparecieron, entre sus paredes y sus techos, monstruos zombis que daban pánico: el Accions, primer montaje de La Fura dels Baus, que fue creado con intensidad de sentidos, reflexiones duras, y búsqueda de estilos. Vimos después que poco a poco, aquello se perdió, se vendió y se cambió de ideología para conseguir el mejor negocio. No sé si todo esto viene a cuenta de La ascensión y caída de Mahagonny, pero en aquel espacio del Mercado se comienza en la actualidad a construir un edificio del Ayuntamiento. Aunque lo verderamente terrible hoy es la amenaza inmediata de la destrucción del Teatro Albéniz de esta ciudad. Lo único hermoso ahora es que El Matadero, con el empeño de la concejala de Las Artes del Ayuntamiento, Alicia Moreno, (que ha aprovechado muy bien al director del teatro Español, Mario Gas), se ha convertido en uno de los bellos espacios en estas arcadas de las Naves. Brecht abre su telón para comenzar el espectáculo de el ascenso salvaje, que aquí aparece en la fantasía real, que es lo de siempre y en en todas partes: no será entendido así por cierto público. Algunos deben pensar que no se puede mirar alrededor. Una ciudad rectangular -como, por ejemplo, Marbella-, prolongada por la explotación y que obliga, en este gran escenario, a contemplar la ciudad de Mahagonny moviendo la cabeza de un lado a otro.
Ante y tras el telón americano, suena Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny. Esta historia cruel es una obra principal de Brecht en la que se dirigía “A los hijos de la época científica”, como exigía en su método -el Órgano o reglas- de sus creaciones teatrales. Es también imprescindible el coautor y genial músico Kurt Weill.
En este gran escenario, fuera del espacio tradicional, aparecerán primero, en el vacío, tres criminales fugados de la prisión policía: Moisés, Fatty y Leokalja. Parados por la avería de una camioneta robada en una población perdida, decidirán dominarla convirtiéndola en el centro de los negocios con prostitución, juego, violencia, el poder de la corrupción y recalificación; la ley en la nueva Mahagonny.
La puesta en escena debe romper el realismo, para que el espectador se aproxime al presente y se abra a la crítica actual. La acción consiste también en la ruptura de los personajes mediante las canciones siempre inolvidables y presentes de Weill: llegan hasta la emoción, como En esta cama estamos y estaremos, Luna de Alabama, La construcción de Mahagonny… y tantas baladas, bajo la hermosa orquesta y sus óperas.
Esta ópera teatral interpreta el acercamiento a los personajes y el alejamiento. Espléndidas voces de tenor, bajos y barítonos, como la de El lobo de Alaska - Abel García-, o el Jim Mahoney -Antoni Comas-, que hacen perfectas rupturas -Efecto V de Brecht- y la de todos los actores en el numeroso reparto. Es hermoso e inteligente el vestuario –Antonio Belart- y los maquillajes pastosos, rica en iluminación y audiovisuales –Javier Aquirresarobe y José Miguel López-, todo bajo la dirección de Mario Gas, maestro como siempre. Y los actores, como Constantino Romero –ya le conocemos bien-, Pedro Pomares y Teresa Vallicrosa, con sus tres personajes perfectos. Mónica López hace temblar con sus baladas y su cuerpo; es imposible citar a muchos más, introducidos en un conjunto total de ochenta personas. En un procedimiento que choca a veces con el estilo de los llamados Covers, dicho sea con la admiración, y que llega al asombro y el enamoramiento de Silvia Luchetti entre otras, así como Los hombres junto a Las mujeres. Es toda la seducción que rompe con el propio personaje para seguir la historia con el examen del espectador.
Jean-Guy Lecat crea su escenografía difícil, y lo resuelve, precisamente, con el espacio abierto al movimiento y las carreras, o con grandes lugares internos. Ciertamente, que en esta belleza hay una obligada imposición: la creación ambiental, la cual se escapa al propio director, aunque en algunas escenas –como la del Juicio del segundo acto- consigue unir el conjunto.
Finalmente, la dirección musical de la gran orquesta la hace Manuel Gas, cuyos músicos están siempre presentes en el placer del espectáculo.
Enrique Centeno

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