miércoles, 9 de marzo de 2011

Viaje del Parnaso *

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Autor: Miguel de Cervantes.
Versión de Ignacio García May.

Intérpretes: Israel Elejalde, José Luis Alcobendas, Fernando Cayo,
José Luis Patiño, Iñaki Rikarte.
Escenografía, atrezzo y vestuario: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso.
Música: Alicia Lázaro
Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: Pavón, CNTC. (21.12.2005)
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En este final del cuarto centenario de la edición de El Quijote, 1615, la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) hace su homenaje a Cervantes poniendo en escena su novela Viaje del Parnaso. Lo escribió como poema –más de 3.000 versos-, con acciones mitológicas, en el que quiso criticar y condenar a los numerosos “malos poetas”, dejando ya a muchos de ellos en tierra, antes de embarcarse en una nave camino del Monte de Parnaso. Y ya en la mar, surgirán continuas batallas ante los ataques de los mediocres poetas contra los grandes autores. No quiso Cervantes mencionar los nombres, aunque se citó a sí mismo –varios de sus títulos y datos personales- con humildad, en ese terceto tan llamativo que se incluye ya en los libros de texto: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo”. Fue también poco magistral en las comedias –sí incomparable en sus Entremeses- vencidos sus endecasílabos por los octosílabos de Lope. Tal vez así ha preferido la CNTC, en su celebración, recurrir a la novela en lugar de a la dramaturgia. Una astucia para intentar agarrarse al Parnaso con escenas de la mitología -con su habitual soberbia- que aquí le sirven para un ritual de festín coloreado.
    El procedimiento para poner en escena la novela épica, abreviada en la versión de Ignacio García May, es simple: cinco actores que se distribuyen fragmentos de los originales, a veces con creación de personajes que consiguen más bien imitaciones. Con títeres que, con sus negros vestuarios, se ocupan de manipular muñecos o de formar sombras chinas. Con las voces en verso –en conjunto correctamente afonadas- van llegando al espectador los estupendos títeres, y va cansándole esta larga función de teatrito: en las fiestas de cumpleaños deben durar, como mucho, media hora, y sería obligatorio, como aquí, esconder a Cervantes en lugar de darle un bofetón. Lo que mejor mantiene el interés es el propio saber de los dibujos, telones, vestidos, maderas, atrezos, máquinas de efectos y entretenimientos. Ayuda también un conjunto de músicos que tocan y cantan algunas métricas (la primera, creemos que pertenece a Paco Ibáñez, no declarado), y con todo ello tenemos aquí otra vez la categoría de la actual Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Enrique Centeno

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