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Autor: Oscar Wilde.
Tradución: Mauro Armiño.
Intérpretes: Millán Salcedo, María Adánez, Elisa Matilla, Chema León,
Alex García, Raúl Prieto, Domingo Cruz, Néstor Lahuerta, etc.
Vestuario: Sonia Grande.
Escenografía: Andrea D'Odorico.
Coreografía: Víctor Ullate.
luminación: Juan Gómez Cornejo.
Música: José Nieto.
Dirección: Miguel Narros.Teatro: Albéniz. (9.2.2006)
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Sobre la leyenda bíblica, aumenta su fantasía Oscar Wilde (1854-1900) contando la decapitación de Yokanaán -Juan el Bautista-. De traiciones, ambiciones y pasiones, es el director Miguel Narros, que pocas veces ha querido al género trágico. Con un cercano estilo shakesperiano, lo que no choca en este Salomé -tan conocido como trasladado a la ópera y al cine- es la magníficamente subrayada violencia que se acerca al vate: Herodías -estupenda Elisa Matilla-, madre de Salomé, incestuosa, repudia a su esposo, rey Herodes Filipo, y se une a su cuñado, Herodes Antipas, con su ardiente e inútil deseo hacia el ya tío y padrastro de la joven. La reina ordena la detención de El Bautista, encerrado en las mazmorras.
La libidinosa Salomé acudirá a conocerle e iniciará los hermosos y poéticos versos de apasionado deseo hacia el cuerpo del profeta. Son los gritos y voces de Yokanaán los que la despreciarán y condenarán como corrompida prostituta. Y quedará anunciada la sangrienta escena. Ofrecerá entonces su excitada y provocativa danza a cambio de la cabeza –servida en bandeja de plata- del preso. Narros subraya la tragedia, aunque aquí Wilde introduce el erotismo junto a la violencia.
Con la brillante escenografía de Andrea D’Odorico, la dirección mantiene una permanente tensión sobre toda la escena en el salón real, en la que se maltrata a Yokanaán con excitante crueldad. Sin embargo, la relación entre el ansioso Herodes y la irresistible Salomé carece de fuerza en los encuentros apasionados, en los que le resulta imposible a Millán Salcedo crear un personaje más allá de su monarquía dictadora. En María Adánez el talento aparece otra vez obedeciendo al gran director de actores. La actriz crea a la esperada Salomé con un imán de talento en el que, junto al personaje, aprovecha su propio físico, incluso cuando se la priva de la famosa escena de la danza de los siete velos: se monta el baile con un cierto aire de ballet o al estilo de las salas de fiestas y de la Folies-Berger, poco menos que la Duval de los camioneros. Curiosamente, su coreografía es de Víctor Ullate. El monólogo de Salomé con la cabeza del cadáver entre sus brazos, es un momento impresionante (”Ahora la besaré”, “¿Porqué no me miras?”) con ese final en el que se escuchará a Herodes: “Matad a esa mujer”. El desdichado profeta lo interpreta estupendamente Chema León, y a pesar del reparto desigual, la función obtiene el acierto y el éxito.
Enrique Centeno
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