martes, 1 de junio de 2010

Macbeth ***

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Autor: William Shakespeare.
Intérpretes: Will Keen, Anastasia Hille, David Caves, David
Collings, Kelly Hotten, Orlando James, Ryan Kiggell, Vincent
Enderby, Jake Fairbrother, Nicolas Goode, Greg Kolpakchi,
y Edmund Wiseman.
Dirección: Declan Donnellan.
Teatro: El Matadero (Teatro Español). (28.5.2010)
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En el teatro del Matadero seguimos viendo excelentes montajes de Shakespeare. Tres espectáculos en sólo dos años: Macbeth Lady Macbeth (Carles Alfaro, en 2008), Troilus & Cressida (Declan Donnellan, en el mismo año), Hamlet (Tomaz Pandur, 2009), y ahora este Macbeth del propio Donnellan.
    Se ha querido montar esta Tragedia de Macbeth –así fue su anterior título-, de vestuario y escenografía anacrónicos, en un mundo gris y negro que puede pertenecer a cualquier historia real. Una atmósfera que envuelve, casi exclusivamente, al admirable reparto. Son intérpretes que en sus ritmos y voces, enamoran una vez más los versos de Shakespeare: vuelve a apreciarse otra vez la alta formación de los actores ingleses. Podríamos citar a todos ellos, aunque es imprescindible dar el nombre de Will Keen -ya le conocimos aquí- y la creación de la ambiciosa Lady Macbeth que realiza Anastasia Hille. Ya sabemos que las estrellas británicas del cine necesitan y desean acudir a los escenarios, algo poco común entre nosotros, donde se prefiere el precio y la popularidad en películas y series de la televisión.
    No están en este montaje las brujas, que se escuchan, sencillamente, en voces fantasmas, como silbos de sirenas con estupenda iluminación; no se acerca al bosque de Birmam, ni se utilizan armas, dagas o espadas en las escenas de odio y asesinatos. Acerca de estas últimas, hay momentos asombrosos de los intérpretes: la crueldad brutal de la muerte de Duncan no es un simple mimo, sino la grandeza que podría alcanzarse como si se hubiera olvidado la espada, entre cajas, y que enseña impresionantemente Keen. La Macbeth no es la histérica ni demonizada ambiciosa; pasa internamente, sin efectos fáciles, en una creación sin brillos ni disfraces, hasta llegar a la definitiva rendición, como en esa escena de las manos sangrientas aquí vacías de teñidos rojos, que muestra Anastasia Hille apoderándose del escenario. Los recursos de esta actriz ante el vacío escénico nos dejan estupefactos, con la boca abierta. Es seguro que Donnellan, además de su decisión, ha trabado duramente con los actores.
Enrique Centeno

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