martes, 1 de diciembre de 2009

La marquesa de O *

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Autor: Heinrich von Kleist.
Versión de Emilio Hernández.
Intérpretes: Juan José Otegui, Tina Sáinz,
Josep Linuesa, Amaia Salamanca.
Vestuario: Helena Sanchís.
Escenografía: Javier Rúiz de Alegría.
Música: David San José.
Iluminación: José Manuel Guerra.
Dirección: Magüi Mira.
Teatro: Bellas Artes. (26.11.2009)
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El breve relato de La marquesa de O, lo escribió Heinrich von Kleist (1777-1811) en la juventud, y se trata aquí de la adaptación teatral. Un juego que pasó al cine -hace ya treinta años- Eric Rohmer con su habitual sensibilidad. En esta versión de Emilio Hernández, y con la dirección de Magüi Mira, se entremezcla el humor y el amoroso romanticismo, tal vez un atrevido argumento en aquella época: la viuda marquesa que se queda embarazada sin que nadie pudiera averiguar nunca el origen de este acontecimiento, y que ni ella misma supo comprender. Es lo más humorístico de esta especie de farsa en la que se desea, también, el sentimentalismo. Se trata de un militar, ruso y conde, cuyo ejército produjo el incendio de la mansión familiar de la marquesa: la salvó, salió con ella en brazos, desmayada, y la contempló haciendo su mutis con los ojos ardientes. Hechizado -solamente con su visión-, tras la guerra regresó a este país vencido, para declararle su apasionado deseo.
La puesta en escena es verdaderamente aburrida, sin el menor interés ni riqueza estética. El capitán, de uniforme, es atractivo, potente -y, al mismo tiempo algo idiota-, cercano a la burla, y lo interpreta el actor Josep Linuesa –le hemos visto bien en otros montajes-, y la conocida guapa –en la televisión-, Amaia Salamanca, que intenta imitar a la Marquesa de O. La pareja se las trae, incluyendo algunas escenas de cuento infantil, con contraluces y vuelos de dibujos animados.
Una función que puede salvarse por los padres, El Coronel y La Coronela. La actriz, Tina Sáinz, inteligente, crea un personaje curioso, pacificador, con guiños al público y a la parejita. Quien arrastra la obra, y la salva, es Juan José Otegui. Ese padre furioso, indignado ante un ruso, da un giro a la cursi comedia; con un talento que le permite la ironía, buscando los disparates y las diversiones, convirtiendo al coronel en un tipo disparatado. El público espera siempre su texto, sus gestos, sus voces y miradas que van superponiendose a esa pareja.

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Juan José Otequi (1936) ha anunciado su decisión de no continuar actuando en el teatro. Siempre, aparentemente silencioso, ha sido un grandísimo actor. No es lo mismo ser una estrella, que deslumbrar las tablas. Se le pidió una vez –hace ya tantos años- que interviniera en un grupo de teatro universitario, en Madrid, y lo aceptó. Cada uno de ellos iría después por sus caminos profesionales. En una ocasión se le preguntó a qué iba él a dedicarse. Contestó simplemente y con voz firme: “Yo soy actor”. Nada se le pudo responder. Y pronto lo comprendimos al verle, genialmente, en formidables funciones, muchas con los grandes directores, como Adolfo Marsillach, Lluís Pasqual, José Luis Gómez, Ariel García Valdés o Jorge Lavelli. Siempre formidable, admirado y vital en los montajes. El Teatro Campoamor, de Oviedo, en el que él nació, le ha dedicado el camerino 1. Hemos ido siempre a sus estrenos, y siempre ha dado lecciones. Sólo una cosa nos enfadada: que dejemos de verle, de disfrutar su trabajo. Ojala cambie de idea.
Enrique Centeno

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