martes, 26 de enero de 2010

El jardín de los cerezos **

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Autor: Antón Chejov.
Traducción y versión: Irina Kouberskaya
y Eduardo Pérez de Carrera.
Intérpretes: Irina Kouberskaya, Mª Ángeles Pérez-Muñoz,

Katarina de Azcárate, Fernando Sotuela,
Antorrín Heredia, David García, y otros.
Escenografía: Nicolay Slavadianik.
Vestuario: Hugo Pérez.
Dirección: Irina Kouberskaya.
Teatro: Tribueñe. (23.1.2010)

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La compañía de la sala Tribueñe ha querido montar El jardín de los cerezos (1904), un Chéjov que necesita un amplio reparto –lo tiene esta función-, una excelente dirección y, finalmente, la adecuada escenografía.
Como sus otros títulos, la obra fue estrenada en la compañía que él mismo puso en marcha junto a Stanislavsky. Fue la transformación del teatro ruso, con el naturalismo, que marcó un nuevo teatro. Este sistema le sirvió a Chéjov para mostrar la caída definitiva de la esclavitud. Lo citamos para comentar esta puesta en escena. Los intérpretes se encuentran muy lejos de la formación, se estima el gran esfuerzo, la búsqueda de los personajes, e incluso la práctica de las voces y los gestos.
Lo escuchamos todo con afecto, agradeciendo el tiempo que habrán robado a sus trabajos. La directora, Irina Kouberskaya, ha conseguido más el propio texto, tan hermoso, y lo ha llevado por aquí y por allá. La grandeza de la historia de El jardín de los cerezos es su propio naturalismo para emocionar aquel testimonio del zarismo en el levantamiento teatral. Evidentemente, seguimos el argumento durante sus tres horas de función. En el pequeño espacio de esta sala -agradable, acogedora- resulta muy difícil situar a los numerosos personajes, y el decorado es muy curioso. No se ha querido, en absoluto, acercarse a la realidad de la obra. Se han creado unos cubos estrechos –prismas-, que por diferentes caras se convierten en maletas, asientos o juegos de espejo. Y en el fondo, una escalera que se transforma en una insinuada via de tren. Una fantasía que no conduce a ningún sitio concreto, exceptuando el vestuario ruso y algunas divertidas canciones y bailes. En todo caso, aplaudimos amistosamente. Igualmente todo el público –que rebosaba-, casi todo él de avanzada edad.
Enrique Centeno

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