lunes, 29 de agosto de 2011

La caída de los dioses ****

______________________________________________
Tomaz Pandur. Basada en la película de
Luccino Visconti.
Traducción: Pablo Viar.
Dramaturgia: Livija Pandur.
Intérpretes: Belén Rueda, Nuria Levi, Manuel de Blas,
Francisco Boira, Pablo Rivero, Fernando Cayo, Alberto
Jiménez, Emilio Gavira, Santi Marín, Ramón Grau (pianista).
Escenografía: Numen (Sven Jonke).
Vestuario: Angelina Atlagic.
Iluminación: Juan Gómez- Cornejo.
Videoescena: Álvaro Luna.
Dirección: Tomaz Pandur.
Teatro: El Matadero. (25.8.2011)
________________________________________________

 
Las larvas del nazismo

Hemos visto el avance del tiempo en las obras del director Tomaz Pandur desde sus anteriores montajes,  Infierno -Dante-, Hamlet -magnífica-, y la llegada a Barroco. Lo comentamos porque La caída de los dioses corresponde, también, a una continuación temporal de Luchino Visconti, película que se adapta ahora al teatro: él partió del siglo XIX –El Gatopardo, 1963-, avanzó hacia los primeros años del XX –Muerte en Venecia, 1971—y terminó, con La caída de los dioses, sobre el poder del nazismo en 1933.
    Es esta la mejor obra que ha creado Pandur, especialmente porque en ella es donde el texto tiene un verdadero valor por su compromiso teatral. Y ha contado con un reparto excepcional, grandísimos actores que atraen la profundidad de aquella caída, sin necesidad de facilidades subrayadas, sino con la impuesta filosofía e intimidad de quienes serán, por fin, los dioses caídos. La grandeza de esta obra va mucho más lejos que el recuerdo o el testimonio. Tiene un sentido reflexivo que puede aplicarse, de igual modo, a los dioses de siempre, como a los que mantienenen el poder con la venta de armas o de soldados, la ambición y su separación del resto de la sociedad.
    Irán cayendo entre ellos mismos: una familia poderosa que va, desde el personaje dominador –el varón matado a tiros, que retrata perfecto Manuel de Blas-, pasando por la lucha tribal y los desacuerdos de los amantes del nuevo nazismo; seguidores enfrentados. Van sucediéndose las tensiones, las angustias, los miedos, y los sudores previos al final. Es como si resbalaran por sus rostros los teñidos cabellos decadentes: como aquel personaje al que se le van perlando los tintes en la playa de Venecia, hasta alcanzar su muerte. Y a pesar de todo, Hitler será elevado al Tercer Reich.
   Son lecciones que nos hacen pensar también en nuestro mundo. Un coro de choques cuya diosa es la distinguida madre –Belén Rueda, en escenas formidables- que será violada y asesinada por su propio hijo, que interpreta brillantemente Pablo Rivero, nuevo en las tablas. Este baile de personajes forma una teatralidad permanente entre dudas, imposiciones, y veredas sin final; diálogos riquísimos y un reparto genial. Son todos sensacionales intérpretes –diez en total- a quienes es imposible separar, aunque se cuelan entre estas líneas el actor Alberto Jiménez y el singular y atractivo Emilio Gavira.
    Toda la función se ve duplicada mediante un espejo –enorme- sobre la escena. Bien nos hace pensar que estamos contemplando una historia del pasado o la copia actual. La escenografía la crea Numen (Sven Jonke), y las piezas de blancos y negros las juega Tomaz Pandur como un Kasparov, que dirige dando vida a los actores. Ayuda, entre el cuidado vestuario –Angelina Atlagic-, una iluminación complicada y exigente –acompañada del rico y nada fácil audiovisual de Álvaro Luna-, llena de efectos brillantes y expresionistas: no nos sorprende que lo haga el iluminador Juan Gómez Cornejo.
    Junto a la constante música de piano –Ramón Grau-, hemos salido emocionados ante este espectáculo, o reflexivos ante aquel espejo de terror. No nos cansamos de aplaudir.
Enrique Centeno

No hay comentarios: