domingo, 26 de septiembre de 2010

Una relación pornográfica **

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Autor: Philipe Blasband.

Adaptación de José Ramón Fernández.
Intérpretes: Pastora Vega, Juan Ribó.
Escenografía: Alfonso Barajas.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Dirección: Manuel González Gil.
Teatro: Lara. (22.9.2010)
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Van recordando estos dos personajes las hojas del calendario, sus pasadas relaciones que una voz grave va preguntándoles y obteniendo sus diferentes versiones; en un lenguaje argentino que nos hace pensar en cierta burla hacia el habitual psicólogo. Cada uno en un extremo, explica aquella historia de Relación pornográfica –la película original se tituló en castellano con el adjetivo “privada”- iniciada a través de una propuesta femenina por medio de Internet.
   Ellos no quisieron conocer sus vidas, y ni siquiera sus propios nombres. Él había acudido aquel jueves, por curiosidad, a esa cita a ciegas; ella por el deseo sexual, o por la aventura de los atardeceres, como la Belle de jour que inventó Buñuel. Del café al hotel y de la cama a la calle, marchando cada uno por su sitio. Y aparecen de nuevo –será repetido varias veces- sentados en sus butacas, alejados, donde contestarán a las preguntas del oculto psicólogo, contando que repitieron sus exactas citas de cada jueves, durante unos meses en los que mantuvieron sus pudorosos contactos. Lo que ocurriría al final, quiere el público saberlo, como espías o cotillas con un sutil humor llegando hasta las carcajadas. Y resulta que no hay pornografía, y no les es posible convertirse en un voyeurs.
    Hacen un trabajo magnífico tanto Pastora Vega como Juan Ribó. Esa mujer –la protagonista- le mira como desde un mirador, le examina, le sonríe, le observa como a un gustoso retrato; se enfrenta descaradamente hacia el patio de butacas. El personaje de Ribó balbuceó en su primera escena del encuentro, y entre recuerdos andaba su cabeza entendiendo lo que sucedió; serio, volador aún sin conseguirlo, mirándose a sí mismo o a un lejano misterio. Sus textos rompen y dan vida al diálogo: él escéptico, y ella una buena narradora. El dúo brilla con eficacia, tanto en los monólogos como en las acciones.
    El acertado ritmo lo consigue el director, Manuel Gómez Gil, ante un decorado sencillo, llamativo, en el que Alfonso Barajas hace ver, en el fondo, una especie de fotogramas fijos del paisaje urbanístico en blanco y negro, como alejado y frío frente al aislamiento de la pareja. El excelente iluminador, Juan Gómez-Cornejo, ha querido situar los proyectores tenues y cenitales, con contraluces y sombras, que no permiten apreciar suficientemente los gestos de los personajes, especialmente del actor. O lo he visto yo mal.
No se trata de un texto maravilloso, pero con el suficiente talento para una excelente comedia que obtendrá su éxito, como ocurrió la noche del estreno.
Enrique Centeno

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