martes, 15 de diciembre de 2009

La última noche de la peste **

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Autor: Juan Diego Botto.
(Basada en La peste, de Albert Camus)
Intérpretes: Raúl Arévalo, Manuel Solo.
Escenografía: David Diego, Antonio Hertenberger.
Dirección: Víctor García León.
Teatro: El Mirador. (17.5-2007)

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La lectura de La peste (1947), de Albert Camus, ha inspirado a Juan Diego Botto para La última noche de la peste, obra acerca de la asfixia, el aislamiento y la soledad de sus dos únicos personajes. El texto forma una multiplicidad de escenas que interpretan los dos actores. Al comenzar la función, se muestra, brevemente, un espacio policial para la confesión y tortura de uno de ellos. Y su hermano, también detenido, permanece en el interior, a quien conoceremos más tarde. Tras el inmediato oscuro -es el procedimiento de continuas rupturas - van creándose situaciones en las que el autor padece o aprovecha la influencia de diversas y claras tendencias: domina la del dramaturgo colombiano Enrique Buenaventura, uno de los grandes maestros, y después la del conjunto del teatro del absurdo, sobre todo el de Beckett, como Fin de partida o Esperando a Godot, con la atacante ironía política y la de los explotadores.
La soledad de estos dos personajes transcurrirá en una casa cerrada, sin puertas que permitan salir al exterior. Entre estas cuatro paredes, cuenta Juan Diego Botto que intentan, juntos, crear un guión, o texto, para un montaje teatral, lo que no lograrán conseguir. Se utilizan citas y discusiones sobre el propio teatro, lo cual se rellena interminablemente con la ideología y la política. Entre sus relaciones entre mensajes o mitos, la madre: uno ellos nos recuerda bien a un propio Edipo. (Por supuesto, este edipismo nada se relaciona con Cristina Rota–madre de Botto-, argentina conocedora de las torturas y asesinatos y directora de la sala Mirador, sede del Centro de Nuevos Creadores donde se ha estrenado este montaje).
La última noche de la peste es una función similar a una lección de clase en esta escuela de interpretación. Raúl Arévalo y Manuel Solo son dos actores bien enseñados para crear personajes sin reprimir el lucimiento, para que se les vea bien y se admiren sus buenas voces. Hay espectadores a los que les place los escaparates, como se demuestra aquí al final, con muchísimos aplausos en el estreno (también con silbidos, puede que en esta escuela no sepan aún que ello es un signo de protesta).
Enrique Centeno

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