miércoles, 22 de octubre de 2008

Las manos blancas no ofenden **

La famosa frase “Las manos blancas no ofenden”, debería hoy utilizarse con ese honor que tan sabiamente escribió Calderón. Su visión del honor, aceptado en la cultura del barroco, es únicamente testigo de aquellas crueldades. El respeto a las mujeres, sin embargo, fue habitual en todos los escritores: Lope, Tirso, Rojas y los demás. Continuó todo el XVII y así sucesivamente hasta nuestros días. Este alegre sentido cariñoso del hombre hacia la mujer, debería ser una marca de fuego: a quienes, cada vez más numerosos, son los maltratadores y criminales (como les diríamos, igual que entonces, sin el “honor” y sí con la “venganza”). Nos da entusiasmo y placer este título.
El montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha elegido muy bien a los intérpretes, casi todos ellos muy conocidos en diferentes personajes y autores de ayer y de hoy. No les ayuda aquí su saber. Textos largos en una adaptación equivocada donde se da el juego y la diversión, aún abreviando el original. Hay un movimiento pobre de burlas y humor, incluso en el seguimiento de los personajes: siempre hablando como si fuesen un poco tímidos o incapaces de accionar. Quizá exagero al pensar, mientras veo la obra, en el teatro radiofónico. Compañías de las emisoras de radio denominadas “Cuadro de actores”. Reconozco que en estas obras, acudían a un actor-narrador que iba indicando la acción y los mutis. Es a propósito de que en este espectáculo es casi imposible entender lo que va ocurriendo a cada personaje. Aseguro que lo comentamos al salir del estreno: “yo no he entendido nada”. Algo estaba pasando allí. Y es fundamental, y exigible, ganarse al espectador y contar bien la historia, que seguro que así lo sentía el director. En la divertida comedia se provoca apenas el humor y la diversión; acaso en algún aislado momento de gestos o, por otro lado, en el juego de cambio de sexo de los actores. O en el cierre final con un cañón de luz sobre un hombre que sería mucho más divertido en la juerga del “Día del orgullo gay”. Chapeau.
Hay una escenografía pobretona, una escalera de izquierda a derecha en cámara negra y un horroroso juego de teatro mediante un inocente decorado infantil, de cartón o de tablas, que se suele utiliza en las farsas sencillas: una comedia es otra cosa. El vestuario es muy bonito, tanto el de ellas como el de ellos. El equipo, vivo y lucido, va incluyendo las brillantes pelucas. Los rostros, sin embargo, carecen de maquillaje, ni siquiera un fondo: la iluminación y los colores dejan casi invisibles sus gestos. Quizá sea demasiado crítico, pero salgo enfadado, como en otras obras del Teatro Pavón. Hubo aplausos a la compañía. No suficientes para esta CNTC que tiene ya más de veinte años.
Enrique Centeno
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Calderón de la Barca.
Intérpretes: Pepa Pedroche, Toni Misó, Elena Rayos,
Pedro Almagro, Joaquín Notario, Miguel Cubero,
Adolfo Pastor, Juan Meseguer, Ione Irazábal,
Montse Díez, Sieva Nieva, Jo. L. Santos, Íñigo Saín.
Escenografía: Carolina Fernández.
Vestuario: Lorenzo Caprile.
Adaptación y Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: Pavón (CNTC). (8.10.2008)
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