domingo, 1 de mayo de 2011

Las criadas ****

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Autor: Jean Genet.
Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón,
Emma Suárez,
Maru Valdivielso.
Iluminación: Mario Gas.
Escenografía: M. Gas, Antonio Belart.
Dirección: Mario Gas.
Teatro: Albéniz. (8.3.2000)
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Una ceremonia profana


Un director maldito, el argentino Víctor García, se atrevió a montar en España a otro maldito, Jean Genet, hace ahora veinte años. Conmovió nuestra escena aquel montaje inolvidable, nada menos que con Nuria Espert, Julieta Serrano y la desaparecida Mayrata O’Wisiedo. Noche inolvidable, teatro para la memoria en el que todo estaba al límite, porque el autor y el director tenían muchas cosas en común, con impulsos a veces descontrolados; el autor, con una vida trágica, marcada por la cárcel, el Barrio Chino de Barcelona, la tortura interior que Sartre comparó con la de Teresa de Ávila.. Y llega ahora Mario Gas y se atreve a romper uno de los mayores mitos de la escena española de dos décadas. De modo que se acude a esta función con inquietud, con curiosidad, deseando que no se rompa un mito.
    Lo que se encuentra el espectador, ya inmediatamente, es con un montaje que hiere las entrañas. La ceremonia de Las criadas es una liturgia en la que dos personajes imitan, asumen y desean ser la propia señora de la casa. Se ha indicado muchas veces que no es una obra revolucionaria, que no existe en ella un lucha de clases en sentido estricto, pero sí un espacio en el que ambas desdichadas juegan a la suplantación de aquello que no pueden ser, lo cual, por otra parte, es el embrión de una rebeldía. El espectáculo es un juego de conmoción, de emociones, de traslación al viejo arte del teatro, que está en el escenario y en el propio juego de las actrices.
    Ah, las actrices. Con las antecedentes citadas, teníamos derecho a a dudar, aun conociéndolas. Y resultan ser tres soberbias mujeres, las tres de una tensión, una energía y una sinceridad cuyo aliento se desparrama por el patio de butacas. Nunca habíamos visto tan magistral sobre las tablas a Aitana Sánchez-Gijó, ni a Emma Suárez, o a Maru Valdivielso. Una sorpresa formidable en un trabajo lleno de rigor, de inteligencia, de talento.
    En todo lo cual tendrá mucho que ver, sin duda, el admirado Mario Gas, porque las tensiones y las salidas y entradas de cada escena, se perciben perfectamente dirigidas, en momentos cuya electricidad produce calambres. No sé por qué ha hecho, en colaboración, una escenografía contra la que tienen que lidiar las actrices, un diseño al que le sobra todo, una iluminación incomprensible, una especie de alarde de diseño que no se entiende en absoluto. Y a pesar de ello, la función mantiene esa subversión, esa herejía que quería Genet, probablemente en un espacio vacío.
Enrique Centeno

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