jueves, 17 de noviembre de 2011

Los emigrados ***

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Autor: Slawomir Mrozek.
Traducción y versión de Jaroslaw Bielski
Intérpretes: Jaroslaw Bielski, Frank Feys.
Iluminación: Ana Coca.
Vestuario: Rosa García Andújar.
Escenografía: Gabriel Carrascal.
Dirección: Socorro Anados, Jaroslaw Bielski.
Teatro: Réplica. (3.10.2011)
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Aquí, entre nosotros

Se conoció en España el teatro del polaco Slawomir Mrozek (1930) en los años sesenta, cuando fue representada En alta mar, obra breve que solía unirse a Strip-Tease. Era una obra que sorprendió y entusiasmó: fue montada por todas partes –no en el teatro comercial- ofreciendo el fuerte humor que atacaba al poder. Un argumento en el que tres náufragos, sobre una balsa, decidieron comerse al más bajito de ellos. Era un juego del absurdo, en esta ocasión un directo teatro político: los poderosos contra los abandonados. Mrozek, después aparece poco entre nosotros.
    Y es que los personajes de Los emigrados, que ha montado la compañía Réplika, representan un auténtico realismo, también con esa ironía hasta el humor: no se trata de que Mrozek quiera divertir, sino mostrar la injusta sociedad hacia los inmigrantes, con un procedimiento tan político como teatralmente atractivo. El conocido director también polaco, Jaroslaw Bielski -asentado en Madrid- la ha traducido y adaptado -reconocemos algunos añadidos y términos muy bien elegidos-. Un tema tan cercano y trágico. Son los inmigrantes, unos sin papeles, y otros muchos que sí los poseen; pero en la miseria. Vinieron aquí para ocupar puestos de trabajo: iban a los ladrillos y resultó que los negociantes los abandonaron. No es posible evitar esta referencia, a pesar de que está a la vista. Aquí ya no hay nada del teatro absurdo.
    En un caliente sótano, con los tubos de la calefacción del edificio, habitan estos dos inmigrantes a quienes podemos ver por el sucio tragaluz o con una tímida bombilla. Es una estupenda escenografía -Gabriel Carrascal- donde se utilizará una vieja mesa y las dos camas. El denominado AA habla ya perfectamente el castellano; no sabemos bien si es un oculto exiliado de sólida formación y con las suficientes necesidades cubiertas. Y el otro extranjero, XX, procederá de un mundo extraño: habla torpemente, es ignorante e incapaz de leer nuestras letras.
    AA, el culto, lo interpreta Bielski con su habitual conocimiento. Encorbatado y cuidadoso -esa corbata pudo convertirse en una soga de ahorcamiento, con sus burlas–, con cierto afecto hacia el inocente XX. Desde su entrada, le adivinamos con su pretendido traje de los domingos, para pasear y observar. Sus torpes fantasías sobre lo que ha estado viendo, provoca enseguida un humor (algo burlesco). Gran parte de la función compone un emparejamiento cercano al Clown y el Augusto; provocan carcajadas en ese juego circense. No hemos visto nunca al actor Frank Feys, que muestra un talento extraordinario para crear a este sencillo  XX.
    Este soñador XX había ido guardando, billete a billete, los ahorros de su duro trabajo pirata, para regresar a su origen. Desde su supuesta sumisión, comenzó a reaccionar, a defenderse y oponerse a las ofensas. Es ello, en realidad, el centro dramático de Los emigrados. De la reflexión a la rebelión, y la perdición de ambos. Esta larga parte, tensa y creciente, es lo que más nos interesa. El salvamento de la injusticia: este circo ya es la visión política de Slawomir Mrozek. La obra la escribió hace más de 30 años, y es hoy cuando nos llega realmente a casa.
    Es un montaje lleno de talento y de calidad. Lo único que puede ocurrir es que, en su muy larga duración, hay momentos en los que se frena la acción, un cierto agotamiento dramático. Son como puntos suspensivos del que, inmediatamente, con un gran mérito, pasa al punto y aparte para reiniciar el drama. Lo evitaría, sin duda, con la división en dos actos, pero ya sabemos que nunca desea nadie el intermedio. Es, en todo caso, una obra necesaria y agradecida.
Enrique Centeno

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