El primer día de 2009 fue cerrado y abandonado por la Comunidad de Madrid el teatro Albéniz -junto a la Puerta del Sol-, donde durante tantos años se presentó una buena programación y que ahora se dedicará a un centro comercial. La explicación fue la creación, este mismo año, de los Teatros del Canal. Después de su dilatada construcción, sus salas –una de ellas amplísima, hermosa-, han levantado el telón este 26 de febrero. Se le ha encargado a Albert Boadella este virgen y acaramelado espacio. De Barcelona a Madrid, han traído, el Ayuntamiento y la Comunidad, a dos grandes directores teatrales: el primero, Mario Gas al Teatro Español, al que ha salvado de la muerte, a punto de enterrarse, por los torpes directores de años anteriores. Este primer director de los Teatros del Canal, Boadella –otro genial, creador de Els Joglars-, se enfrenta al desafío en la desnudez cultural de este edificio. Hemos visto que mira alrededor, como perdido todavía, o desconfiado. Pero todos sienten esperanza, confianza en este talento, como director escénico y dramaturgo.
En sus primeros meses, no ha podido Boadella crear una programación: pone en cartel a su propia compañía, que estará un mes y, a continuación, no se representarán obras de teatro: flamenco, música, danza o el divertido teatro de guiñol del tradicional Teatralia, con ocho funciones que seducirán a los niños. Habrá que esperar a la temporada siguiente para la programación puramente teatral.
Pero vayamos al estreno -no deberíamos calificarlo así, puesto que ha arribado al puerto del Canal tras una gran gira por España- de La cena. (No me habían invitado ni a los entremeses, pero luego me concedieron un sillón). Me acordé de M-78 Catalònia (1978), aquella burla de Boadella a su propio país (allí sí que me convidaron ,v. La escena española actual ), en la que se cocinó, auténticamente, sobre el suelo del escenario, un oloroso arroz. En esta obra, en el menú de la “cena” se introducen varias escenas separadas; un juez, andaluz -qué bien lo hace Xavi Sais-, interroga al maltratador de su mujer, un supuesto sabio -que exhibe continuamente el periódico El País– en conversaciones divertidas, entre nuestras risas e indignaciones, que el magisterio archiva, incluso piensa que sus declaraciones no son hechos anormales.
El tema principal se desarrolla en el Ministerio de Medioambiente y Alimentación, y Boadella se descojona de la Ministra –la estupenda actriz Pilar Sáenz-, pura energía encargada de la ecología, el medioambiente y el cambio climático. Es una especie de coronela –no confundir con una ministra del Ejército- a la que obedecen sus órdenes, asustados -en cuanto llega, pisando fuerte, tiesa-, los funcionarios: directores generales, subdirectores, adjuntos, simples políticos y los inocentes trabajadores, técnicos o limpiadoras. Una sátira continua, como un espejo de la idiotez y del progresismo: ataca a las luces encendidas, al abuso de papeles, al volumen de la música ambiental, a la limpieza insuficiente, al exceso del aire acondicionado… Una política policial que consigue hacer temblar y asustar. Este personaje es impresionante, porque las conocemos -las vemos por televisión-, nos engañan, son inútiles y presumen con su modernismo.
A los catalanes les encanta, como es natural, la escudilla, la calçotada, los caracols o la butifarra con pa amb tomàquet. Estas cosas, como nuestro cocido madrileño, no le hacen gracia a este personaje trajeado, encantado con la Nouvelle cuisine de quienes ya no son cocineros, sino “restauradores”-se hace algún guiño o cita sobre Ferrán Adrià-. En la cocina, casi desnuda, comienza la preparación de la cena. No hay fuego para cacerolas o sartenes. Aquí están, desconcertados, y tímidamente, los profesionales se miran. El Chef –Jordi Costa-, los ayudantes –Jesús Angelet, Xavier Boada, grandes actores como el anterior, bien conocidos en esta Compañía-, a los que acude a salvar el Maestro –lo hace, con su talento, Ramon Fontserè-: un Merlín de largas melenas agitadas, con ese religiosismo del Tíbet, cuyos rosarios son incomprensibles. Claro que, luego, a la falsa mesa, llegan también los Dalai Dama. Albert Boadella se ha despechado a su placer en toda la función, con numerosos personajes, multiplicados en los formidables actores.
Naturalmente, no están ausentes, en los diversos juegos, la corrupción y la mirada hacia los partidos. Ha repetido en sus declaraciones Albert Boadella -leídas en la prensa- algo así como: “Si Molière trabajó para Luis XIV, yo lo hago para Aguirre”, quizá con la esperanza y la fe en la Comunidad de Madrid. Lo relaciona con el Tartufo, un juego peligroso que produjo un escándalo. No es el caso aquí, donde todos conocemos a los llamados ya tartufos. Están también en la obra Los enredos de Scapín, huidores y, más claramente, en Las preciosas ridículas. Molière fue también actor y director. En este montaje Boadella vuelve a mostrar su increíble creación escénica, los juegos, las acciones, los mimos, el disparate y las burlas, y aquí están también todos los de Els Joglars. Su dramaturgia no alcanza esa calidad, ese talento, más sabio en trasladarlo a la escena que en escribirlo. No importa: fue una feliz inauguración de un nuevo teatro.
En sus primeros meses, no ha podido Boadella crear una programación: pone en cartel a su propia compañía, que estará un mes y, a continuación, no se representarán obras de teatro: flamenco, música, danza o el divertido teatro de guiñol del tradicional Teatralia, con ocho funciones que seducirán a los niños. Habrá que esperar a la temporada siguiente para la programación puramente teatral.
Pero vayamos al estreno -no deberíamos calificarlo así, puesto que ha arribado al puerto del Canal tras una gran gira por España- de La cena. (No me habían invitado ni a los entremeses, pero luego me concedieron un sillón). Me acordé de M-78 Catalònia (1978), aquella burla de Boadella a su propio país (allí sí que me convidaron ,v. La escena española actual ), en la que se cocinó, auténticamente, sobre el suelo del escenario, un oloroso arroz. En esta obra, en el menú de la “cena” se introducen varias escenas separadas; un juez, andaluz -qué bien lo hace Xavi Sais-, interroga al maltratador de su mujer, un supuesto sabio -que exhibe continuamente el periódico El País– en conversaciones divertidas, entre nuestras risas e indignaciones, que el magisterio archiva, incluso piensa que sus declaraciones no son hechos anormales.
El tema principal se desarrolla en el Ministerio de Medioambiente y Alimentación, y Boadella se descojona de la Ministra –la estupenda actriz Pilar Sáenz-, pura energía encargada de la ecología, el medioambiente y el cambio climático. Es una especie de coronela –no confundir con una ministra del Ejército- a la que obedecen sus órdenes, asustados -en cuanto llega, pisando fuerte, tiesa-, los funcionarios: directores generales, subdirectores, adjuntos, simples políticos y los inocentes trabajadores, técnicos o limpiadoras. Una sátira continua, como un espejo de la idiotez y del progresismo: ataca a las luces encendidas, al abuso de papeles, al volumen de la música ambiental, a la limpieza insuficiente, al exceso del aire acondicionado… Una política policial que consigue hacer temblar y asustar. Este personaje es impresionante, porque las conocemos -las vemos por televisión-, nos engañan, son inútiles y presumen con su modernismo.
A los catalanes les encanta, como es natural, la escudilla, la calçotada, los caracols o la butifarra con pa amb tomàquet. Estas cosas, como nuestro cocido madrileño, no le hacen gracia a este personaje trajeado, encantado con la Nouvelle cuisine de quienes ya no son cocineros, sino “restauradores”-se hace algún guiño o cita sobre Ferrán Adrià-. En la cocina, casi desnuda, comienza la preparación de la cena. No hay fuego para cacerolas o sartenes. Aquí están, desconcertados, y tímidamente, los profesionales se miran. El Chef –Jordi Costa-, los ayudantes –Jesús Angelet, Xavier Boada, grandes actores como el anterior, bien conocidos en esta Compañía-, a los que acude a salvar el Maestro –lo hace, con su talento, Ramon Fontserè-: un Merlín de largas melenas agitadas, con ese religiosismo del Tíbet, cuyos rosarios son incomprensibles. Claro que, luego, a la falsa mesa, llegan también los Dalai Dama. Albert Boadella se ha despechado a su placer en toda la función, con numerosos personajes, multiplicados en los formidables actores.
Naturalmente, no están ausentes, en los diversos juegos, la corrupción y la mirada hacia los partidos. Ha repetido en sus declaraciones Albert Boadella -leídas en la prensa- algo así como: “Si Molière trabajó para Luis XIV, yo lo hago para Aguirre”, quizá con la esperanza y la fe en la Comunidad de Madrid. Lo relaciona con el Tartufo, un juego peligroso que produjo un escándalo. No es el caso aquí, donde todos conocemos a los llamados ya tartufos. Están también en la obra Los enredos de Scapín, huidores y, más claramente, en Las preciosas ridículas. Molière fue también actor y director. En este montaje Boadella vuelve a mostrar su increíble creación escénica, los juegos, las acciones, los mimos, el disparate y las burlas, y aquí están también todos los de Els Joglars. Su dramaturgia no alcanza esa calidad, ese talento, más sabio en trasladarlo a la escena que en escribirlo. No importa: fue una feliz inauguración de un nuevo teatro.
Enrique Centeno
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Dramaturgia y dirección: Albert Boadella
Intérpretes: Jesús Angelet, Xavier Boada, Ramón Fontserà,
Jordi Casta, Minny e Marx, Llu Olivé, Pilar Sáenz,
Xavi Sais, Dolors Tuneu.
Teatro: del Canal (26.2.2009)
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Dramaturgia y dirección: Albert Boadella
Intérpretes: Jesús Angelet, Xavier Boada, Ramón Fontserà,
Jordi Casta, Minny e Marx, Llu Olivé, Pilar Sáenz,
Xavi Sais, Dolors Tuneu.
Teatro: del Canal (26.2.2009)
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