martes, 9 de noviembre de 2010

Con derecho a fantasma *

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Autor: Eduardo De Filippo.
Traducción de Pau Miró, E. Inniello.
Intérpretes: Pasquale Bávaro, Xavier Boada, Tony Laudadio,
Marya Domingo, Manuel Dueso, Rafa Gálvez, Ritxard Gálvez,
Pilar Pla, Armand Villén.
Escenografía: Paula Bosch.
Vestuario: Bárbara Glaenzel.
Iluminación: Guillermo Gelabert.
Dirección: Oriol Broggi.
Teatro: María Guerrero (CDN). (11.11.2010)
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Hace unos meses vimos El arte de la comedia, un montaje formidable (teatro de la Abadía, 3.2.2010, repuesto después en el Español), agradeciéndolo por las escasas representaciones de Eduardo De Filippo. Ahora se programa en el teatro María Guerrero, del Centro Dramático Nacional (CDN), un contraste con el débil trabajo de Con derecho a fantasma (traducción de Questi fantasma!, que fue estrenado en 1946, y pasado también al cine), un espectáculo ciertamente decepcionante, más aún por tratarse de una coproducción del propio CDN.
    Como en todo su teatro, De Filippo mezcla la comedia humorística con el drama social. Toda la primera parte de la función se dedica al encuentro de un esperado inquilino, Pasquale, con el conserje, Raffaele, que explica las circunstancias y el único derecho del esperado alquiler. Ese primer personaje había llegado a un extraño lugar, buscando una oferta a un precio que le permitiría encontrar, con su esposa, María, un lugar accesible como vivienda. Sin luz y sin agua, Raffaele habla a Pasquale sobre los 18 balcones, y , entre otras condiciones, le advierte que aparecerán cada noche los habitantes fantasmas: son algunas de las principales causas de su bajo coste.
   Eduardo muestra, en estas conversaciones, la situación de su Nápoles –donde nació- y el hundimiento económico en plena posguerra. Es la conciencia de este comediante autor, actor y director. Como siempre, con el humor irónico y farsas sarcásticas de la situación social. Si se tratara únicamente de la comicidad, bien podríamos relacionarlo con Los habitantes de la casa deshabitada, de Enrique Jardiel Poncela, tan lejos del teatro realista comprometido, popular, en cuyo subtexto está presente la crítica sobre el padecimiento de la deshabitada ciudad. A los dos intérpretes –Tony Laudadio, italiano, y Manuel Dueso- se les aprecia un buen estar, un dominio de la escena, pero estos personajes, dirigidos por Oriol Broggi, no pueden entremezclar el humor y la deseada reflexión; consiguen escasas sonrisas del espectador, y sus dichos y respuestas llegan a cansar, con leves momentos de atracción. El adinerado Alfredo –magnífico Xavier Boada-, también casado, es el amante de María, mujer que desprecia a su marido. El desdichado Pasquale, descubriendo la infidelidad, pensará que se trata de uno de los espíritus anunciados, al encontrar cada día, en distintos lugares, el dinero que colocaba Alfredo como compra de su esposa. Aquí todo el mundo es fantasma, es engaño, son sorpresas buscadas y desaparición de los huidores. María, alma perdida, –a todos los personajes, Eduardo añade “alma” en su dramatis personae-, es una descatalogada mujer: insultante, ambiciosa en el dinero, cínica y engañadora, termina en un monólogo -que hace magníficamente Marta Domingo-, quizá el más fuerte momento del final dramático. Alfredo, alma inquieta, la abandonará marchándose con su verdadera mujer, y Pasquale, alma en pena, llorará la verdad del realismo. Los fantasmas son las mentiras, la falsedad y las máscaras que aparecen alrededor.
    Hay otros juegos ricos y sorprendentes, personajes fantasmas. Tras el resultado de esta función, salíamos del teatro María Guerrero mirándonos de reojo, discretamente callados.
Enrique Centeno

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