viernes, 2 de abril de 2010

Escenas de un matrimonio ** Sarabanda *

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Autor: Ingmar Bergman.
Traducción: Carolina Moreno Tena.
Intérpretes: Francesc Orella, Mónica López, Miquel Cors, Marta Angelat, Aina Clotet.
Escenografía: Max Glaenzel.
Vestuario: Antonio Belart.
Dirección: Marta Angelat.
Teatro: Español. (25.3.2010)
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Las Escenas de un matrimonio pertenecen al argumento cerrado hace cuarenta y tantos años. Sus “buenos días”, el beso matinal con las asiduas sonrisas cariñosas de la pareja, su marcha hacia el trabajo del marido y la permanencia de la esposa para ocuparse de la casa. Tan educados y atentos. Fuerza Bergman la despedida en una interminable conversación que nos permite entender la monotonía y el fracaso. Decía el marido, en otro momento, que el matrimonio debería de acordarse o hacer un contrato, para obligarse, únicamente, a cinco años de matrimonio. Es el anuncio de Johan, que querrá romper la relación, y Marianne intentará mantener su convivencia utilizando su atracción.
Lo interpreta Francesc Orella, bien conocido por su sabiduría en numerosas obras, rico en expresión y con su extraordinaria voz. Sin embargo, utiliza aquí un tono y ritmo de párrafos con una cierta falsedad, una perfecta exageración que nos hace recordar a los superados actores de doblaje, como si lo hubiera elegido así. A la actriz Mónica López, la vemos también frecuentemente –a menudo en catalán y en versión castellana cuando representa en Madrid, como su compañero- y, como siempre, abraza a sus personajes, sea en tragedias o en comedias. En estas Escenas de un matrimonio, camina por encima del decorado y muestra con intención su atracción; sonrisas, movimientos y andares que persiguen la seducción al marido; fracasando su intento al hacer el amor. Si no agradeciéramos su interpretación, como también la del actor, la función se arrojaría al patio. Hace unos años se montó esta obra con el importante reparto de Magüi Mira y José Luis Pellicena (Teatro Lara, Madrid, 3.8.2000), y esta comedia de Bergman resultó igualmente inútil o sin sentido. Personalmente, hubiéramos preferido escuchar estas conversaciones a través de nuestras paredes finas, para poder subir nuestra música y no oirlas, carentes de interés para mí. Aunque tal vez sí para la vecina del 5º, atenta a las noticias de una joven amante de Johan. En la tercera escena, regresan a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de regresan juntos a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el  maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de  salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un siglo antes que la de Bergman. Es la escena que, tal vez por venganza, nos encantó.

regresan juntos a casa tras acudir al teatro: el marido comenta la función de Ibsen, que no le gustó o le parecía una obra vieja. Suponemos que, naturalmente, el sueco Ingmar Bergman (1822-1906) recurrió al noruego (1818-2007), a quien criticó, con el escándalo, el dominio sobre la mujer en el matrimonio en su Casa de muñecas, obra cumbre del teatro social del siglo XIX. En el final de esta función, el vencido Johan intentará forzar a Marianne para el regreso, cayendo en la violencia, entre el alcohol e incluso el  maltrato físico; se defenderá la mujer y buscará la puerta de  salida hacia la liberación: Henrik Ibsen ya había hecho histórica su conclusión con “el portazo de Nina”, un
arabanda es una segunda parte de la obra anterior y se representa en el mismo espectáculo, de tres horas y media, en cuyo intermedio se marchó parte del público. La directora, Marta Angelat, presenta la historia que viene, explicando la situación y la colección de los personajes: en la isla de Sarabanda se ha aislado aquel Johan -lo hace distinto actor, Miquel Cors-, ya en la vejez, donde se encuentra el hijo -interpretado por Francesc Orella, Johan en la primera parte-, que tuvo con otra esposa, y su nieta, con repetidas referencias a su madre Anna, fallecida dos años antes. Por eso no nos extraña que se nos aclare el censo.
Una generación pondrá en marcha el argumento cuando llega allí, inesperadamente, la antigua mujer, Marianne, sin que se hubieran visto desde hacía cerca de treinta años, y que se ha interesado por esta casta. Se odian el padre y el hijo, anda perdida la nieta, último eslabón del entrelazado, cuya juventud es lo que más nos interesa, y que interpreta formidablemente Aina Clotet. Mantiene la inteligente Marianne diversas conversaciones con el grupo, consiguiendo, tal como quería, saber qué ocurre allí. La obra carece de encuentros: diálogos de dos en dos, sin que aparezcan juntos, como si nunca se encontraran en esta isla. Es un mundo cerrado, ajeno a la existencia y a la sociedad, lo que le interesa al autor: ya ocurrió en Escenas de un matrimonio, cuyas ventanas están cerradas al sol, a la sombra de su biografía. Nos volvemos a cansar, y nos unimos a aquella mujer que, tras rebelarse de su marido, ha ido liberándose –lo hace en este caso la propia directora, Marta Angelat- con ricos textos. El drama triste, entre fracasos y choques indica el final de una generación. Y escuchamos otra vez, como al inicio, un discurso larguísimo. Toda la representación carece de construcción, y es evidente que la directora desea que se mantenga lo más posible, que mastiquen las frases, que pueda embelesar. Por fin nos dio, ante el telón, su Ite, missa est.
Enrique Centeno

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