domingo, 1 de mayo de 2011

Mesías **

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Autor: Steven Berkoff.
Intérpretes: Ernesto Arias, Elisabett Gelabert,
Rosa Manteiga, José Luis Alcobendas, Jesús Barranco,
Rafael Rojas, David Luque, Josep Albert , Chema Ruis,
Luis Bermejo, Daniel Moreno, Moarkos Marín.
Espacio escénico y dirección: José Luis Gómez.
Teatro: La Abadía. (20.10.2001)
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El chiringuito de Cristo




A La Abadía se acude siempre relamiéndose, sabiendo que todo cuanto se ofrece en este singular espacio procurará el mayor placer a los sentidos y a la inteligencia. En esta ocasión, un trasgresor nato, como es el británico Berkoff, cae en las manos de uno de los grandes de nuestra escena, José Luis Gómez; y, además, con un tema muy recurrente pero siempre inquietante: Jesús de Nazaret. Ya se comprenderá que este preámbulo del crítico no tiene más función que paliar lo poco o nada que le ha gustado este fallido montaje.
    El espectáculo transcurre en un espacio lenticular, una especie de platillo volante que quizá pretende destemporalizar el episodio de la vida de Cristo. Un Cristo que conoce las profecías de las Sagradas Escrituras y que se aprovecha de ellas para erigirse en el Mesías esperado por el pueblo judío y montar su chiringuito ideológico. La ucronía con la que se monta el juego es inverosímil, tanto como lo son la ingenuidad de los Evangelios y del Antiguo Testamento. De modo, que, intentar situarlo en un presente e incluso en un futuro, hace aún más boba la doctrina y el cuento cristiano. Aquella historia, aquel engaño, puede ser comprendido solo desde una civilización primitiva y supersticiosa, por más que el mito de la crucifixión aún mantenga una sugestión y el hombre de Nazaret inquiete como tal.
    Conceptos aparte –puede haber espectadores a quienes les importe poco o nada-, se mueven en escena un nutrido grupo de actores son una homogeneidad casi insufrible, con un estilo uniformado que les impide desarrollar personajes, hacer creíble nada. Esto, que podría ser una estupenda sinfonía de tonos y estilos, llega a producir monotonía, y Gómez ha organizado voces, movimientos y signos corporales tan iguales a todos que aquello se asemeja ya a la negación del actor como talento, a la posibilidad individual de la creación de personajes, su desentrañamiento y comunicación, que es una base esencial e imprescindible del propio teatro. Lo cual, procediendo de alguien que, como él, es actor –magnífico, por supuesto-, desconcierta y decepciona. De modo que da lo mismo Caifás, Cristo, Pilatos o cualquier otro personaje, porque la uniformidad física y gestual dejan desprovista de encarnadura la acción (hay una excepción ocasional, la del personaje de Judas, que a veces se salva del entrenamiento coral). Frío y con la búsqueda de la conciliación con una diestra caligrafía, aunque todo ello pueda ser inútil.
Enrique Centeno

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